Al aprobar su proyecto de ley de pensiones en la Asamblea Nacional por el procedimiento del artículo 49.3 (1), Macron pensó que pondría fin rápidamente al movimiento de huelgas y manifestaciones lanzado por los sindicatos el 19 de enero. No sólo no fue así, sino que sus propias declaraciones en vísperas del noveno día de movilizaciones dieron un nuevo aliento a la ira y la protesta de los trabajadores.
Un gobierno sin mayoría
El escenario de la reforma de las pensiones, en particular el retraso de dos años de la edad de jubilación para casi todos los asalariados, es decir, hasta los 64 años, debía permitir a Macron movilizar a Los Republicanos y asociarlos a esta "madre de todas las reformas". Su Gobierno ya tuvo que multiplicar el recurso al artículo 49.3 en los primeros meses de su segundo mandato, puesto que había perdido la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional en las elecciones legislativas de 2022. Podía creer razonablemente que lo que queda del viejo partido de la derecha tradicional, que desde años era abiertamente favorable a retrasar la edad de jubilación hasta los 64 años o incluso más allá, no renegaría de sí mismo. A pesar del apoyo de los senadores de LR y de la llamada de varios de sus dirigentes, entre ellos Éric Ciotti y Bruno Retailleau, a votar el texto, "no había lo suficiente", como reconoció Élisabeth Borne para justificar su recurso al 49.3. Evidentemente, en las filas de la derecha, pocos cargos electos están dispuestos a apoyar esta medida, rechazada por la mayoría de la opinión pública e incluso por una parte de su propio electorado. Incluido Charles Amédée de Courson, el autor de la moción de censura contra Borne, que previamente había presentado una enmienda para retrasar la edad de jubilación a los 64 años... a partir de 2020.
Y desde entonces, Macron puede haber pedido a su primer ministra que amplíe su mayoría, algo que hoy sólo puede concebirse a la derecha del espectro político, pero no es seguro que, en el contexto actual, la llamada del pesebre sea suficiente para atraer algunos refuerzos que el ejecutivo necesitaría para aprobar los proyectos de ley que prepara.
Como es poco probable que Macron opte por una disolución a corto plazo, mientras él y sus partidarios estén debilitados y aislados, probablemente nos encaminemos hacia el uso cada vez más frecuente de procedimientos que eludan a la Asamblea Nacional: ordenanzas, decretos y otras modalidades, siguiendo el ejemplo de su artículo 49.3 que la República pone a disposición del ejecutivo. El propio Macron lo insinuó cuando dijo que el Parlamento ya debatía y votaba demasiadas leyes y que "no todo pasa por la ley". Y François Patriat, presidente del grupo de los "marchistas" (2) en el Senado, afirmó: "¡Legislamos demasiado, y con leyes demasiado pesadas y largas y que dan mucho que hablar!". Y si ahora Élisabeth Borne declara que ya no piensa utilizar el artículo 49.3 salvo los textos financieros, y por tanto el presupuesto, esto sólo compromete a los que quieren creerla.
El mérito de la larga secuencia de circo parlamentario, incluso de "lío", del que los propios dirigentes sindicales se permitieron burlarse como "indigno y vergonzoso" (Laurent Berger), es quizás haber reforzado la convicción en una parte del mundo obrero de que no es en estos cenáculos de notables donde se juega su suerte, sino en el terreno de la lucha de clases, de la huelga y en la calle.
Un movimiento no explosivo, pero que perdura y se extiende
Desde enero, las jornadas de acción y las manifestaciones se han sucedido, manteniendo su carácter masivo, con un total de varios millones de participantes y huelguistas, incluso en muchas ciudades pequeñas. Y eso sin contar el apoyo pasivo de que goza este movimiento en una parte muy amplia de la opinión, mucho más allá de las filas de la clase obrera y de los trabajadores que realizan el trabajo más arduo, los más afectados por la reforma.
Este movimiento sigue marcado, sin embargo, por su carácter no explosivo y por el hecho de que los paros que lo acompañan no se han transformado hasta ahora en una verdadera huelga, renovada día tras día, y menos aún en una huelga general. Sólo algunos sectores, entre ellos las refinerías o la SNCF, que ya se habían movilizado con fuerza el pasado otoño, así como los basureros de algunas grandes ciudades, los estibadores, los trabajadores del sector de la energía o una fracción de los profesores, se han comprometido en movimientos de este tipo.
Al aparecer en televisión el miércoles 22 de marzo, con su habitual desdén y su desprecio, fue quizás el propio Macron quien dio fuerza a la movilización. Al afirmar que "no tiene disculpas" y que vive de "la voluntad y la tenacidad", y luego al comparar a la "multitud" de manifestantes con los alborotadores del Capitolio en Washington en enero de 2021, atrajo el odio de los trabajadores como un pararrayos a un relámpago. También reconfortó a los líderes sindicales, que llevan denunciando desde el inicio del debate sobre las pensiones la poca consideración que reciben de Macron, apuntando abiertamente al jefe de la CFDT, Laurent Berger. Este último fue denunciado en particular por no haber hecho ninguna contrapropuesta y por ser un vergonzoso partidario de un aplazamiento de la edad de jubilación, recordando Macron con avidez que Berger lo había propuesto en vano durante el último congreso de su sindicato, en junio de 2022. Berger, que protestó por esta acusación "inapropiada", recordó que él sí tenía un proyecto de reforma (la llamada jubilación por puntos), y que además era el que el propio Macron había retomado en 2019. Al día siguiente de la entrevista del presidente, las calles se han llenado aún más de gente.
Al cancelar precipitadamente la visita de Estado del rey de Inglaterra, que debía celebrar nada menos que la reconciliación franco-británica, Macron, rey él mismo de la provocación, no quiso sin duda ofrecer al público la imagen de una suntuosa recepción en el castillo de Versalles.
Las direcciones sindicales al volante
Desde hace meses, es un frente sindical unido el que dirige el movimiento y marca su ritmo, sin ser realmente cuestionado, salvo por pequeñas minorías. Esto explica el tono de todos los dirigentes de estas centrales y su voluntad (¿por cuánto tiempo más?) de no ceder ante el Gobierno, llegando incluso a pedir con motivo de la jornada del 7 de marzo "paralizar el país". Macron consiguió, atacando a todos los trabajadores y rechazando todas las propuestas de las burocracias sindicales, unirlas y ponerlas en marcha. Laurent Berger, que desde el principio dijo que estaba "dando la cara" y en "oposición frontal", parece ser el líder y portavoz de este areópago sindicalista, hasta el punto de suscitar la esperanza entre algunos de que podría ser el mejor candidato contra Le Pen en 2027... Berger declina la oferta por el momento, pero la evolución de la situación podría llevarle a meterse en política y a plantearse como recurso, como ya está haciendo en el terreno social. Philippe Martinez y la CGT contribuyen más que él al éxito de las manifestaciones, al tiempo que juegan su propio papel, al decir, con bastante discreción, que son partidarios de "amplificar las huelgas". Martinez presenta esto como un simple "matiz con la CFDT", que "no molesta" a la intersindical. Ambos dijeron, casi en los mismos términos, cuánto se sienten traicionados por Macron, que habían llamado a votar en la segunda vuelta de las presidenciales: "Macron nos pisó después", denunció Martínez, mientras Berger despotricaba contra quien les "pisó la cara". ¿No habían advertido, en una carta al Presidente de la República fechada el 8 de marzo, que la situación "podía volverse explosiva"? "No pareció preocupar a nadie", se atragantó Martínez. Es una forma de presentarse como interlocutores con sentido de la responsabilidad y a los que hay que escuchar, pues de lo contrario la situación podría irse de las manos. Este es también el sentido de la reciente petición de Laurent Berger a Macron de poner la reforma "en pausa" durante seis meses para calmar los ánimos y dar tiempo a la concertación.
Estas direcciones, que hasta entonces no temían verse desbordadas, no podían escabullirse tragándose el sapo que Macron quería que se tragaran. También querían asegurarse de que la protesta se quedaba en el único terreno de las pensiones y no se extendía a la cuestión salarial, que a veces preocupaba y movilizaba más a los trabajadores. Tanto en Airbus como en Caterpillar, FO, el sindicato mayoritario, explicó claramente que no se trataba de atacar a la dirección ni de poner en peligro la empresa y sus pedidos. Las direcciones sindicales querían demostrar que son correas de transmisión indispensables para el mantenimiento del orden social... a condición de que se les dé un poco de "molienda para el molino", según la expresión del antiguo dirigente de FO André Bergeron. El movimiento sobre las pensiones no impidió que FO y CFDT firmaran al mismo tiempo un texto con el Medef sobre el "reparto del valor" en las empresas. Un texto que Macron pretende ahora hacer inscribir en la ley. Prueba de que, si los puentes se cortan temporalmente entre los dirigentes sindicales y el gobierno, nunca se han cortado con la patronal.
Pero la gran burguesía, de la que Macron es secretario, no piensa perder la ocasión de poner de rodillas a los trabajadores. Y quiere apropiarse de todo el "grano", para consolidar aún más sus beneficios en un contexto de crisis y de entrada en una economía de guerra.
¿Hacia una generalización de la huelga?
Lo único que podría dar un vuelco a la situación sería una entrada amplia y decidida de la clase obrera en la huelga. Nada indica hasta la fecha que estemos avanzando hacia este cambio, que desbarataría la pulseada entre los sindicatos y el gobierno. Contrariamente a lo que dicen muchos comentaristas y militantes, que evocan una radicalización, planteando la multiplicación de acciones de bloqueo ante empresas, rotondas o cabinas de peaje, no hay por el momento más indicios de tal transformación. Esta radicalización podría ser incluso, si sustituyera a las huelgas en los centros de trabajo, un signo de renuncia o de desesperación para emprender la lucha allí donde los trabajadores pueden ganarla: la huelga, la única vía que puede doblegar a la burguesía. Porque, como decía nuestra camarada Nathalie Arthaud, "radicalidad no es prender fuego a las papeleras, es no recogerlas".
Pero la historia del movimiento obrero nos enseña que el ritmo, el flujo y reflujo de la lucha de clases puede tener muchas variaciones. Si, por ejemplo, las huelgas de junio de 1936 tuvieron un carácter explosivo y cambiaron de naturaleza con la ocupación de las fábricas, los primeros signos de este auge obrero se habían observado, en un contexto completamente diferente, en 1934 y 1935, en huelgas que, violentamente reprimidas, habían permanecido aisladas y no habían inclinado entonces la balanza del poder con la burguesía.
Por el momento, es Macron quien cristaliza la mayor parte del odio y el resentimiento. Pero podemos esperar que la clase obrera se apoye en la experiencia de los movimientos que han sacudido el mundo del trabajo en los últimos años sin haber invertido el curso de las cosas: réplicas a los ataques anteriores contra las pensiones, contra las leyes laborales o el movimiento de los Chalecos Amarillos. Está en condiciones de sacar la conclusión de que sólo podrá vencer mediante huelgas potentes, generalizadas, autocontroladas, que ataquen los beneficios y el poder de quienes realmente dirigen la economía: la gran patronal, los banqueros, los financieros, es decir, los mismos que dictan su hoja de ruta a Macron y, mañana, a su sucesor...
En esta perspectiva, las fuerzas de los revolucionarios son hoy demasiado débiles para ser decisivas y desempeñar un papel real. En cambio, la coyuntura, los debates que permite, los ojos y las conciencias que abre deben permitir que nuestras ideas encuentren eco en una fracción de la juventud y de la clase obrera movilizada. Se trata de valiosas promesas para las luchas venideras.
26 de marzo de 2023
(1) un mecanismo de la Constitución para esquivar el voto del Parlamento. (N. del T.)
(2) partidarios del partido creado por Macron en 2016 bajo el nombre de “¡En Marcha!”. (N. del T.)