La economía americana está enferma. La de las otras grandes potencias apenas está mejor. La bolsa de Nueva York retrocedió un 8,8 % desde principios de año y las europeas también bajaron. Y desgraciadamente esto no concierne sólo a los accionistas, que acumularon bastantes beneficios en los años pasados. También concierne al conjunto de los trabajadores, porque la recesión económica que se anuncia significa un nuevo retroceso del poder de compra, de nuevas supresiones de empleos y una agravación del paro.
Si el optimismo está instalado entre los que nos gobiernan, muchos economistas no descartan una nueva crisis económica grave, comparable a la que golpeó al mundo capitalista en 1929 y que condujo a la Segunda Guerra Mundial.
Esta crisis no es casual, es producto del sistema económico. Desde hace años los grandes grupos capitalistas invierten muy poco en la producción. Aumentan sus beneficios reduciendo personal, bloqueando salarios. Y para colocar esos beneficios enormes, bancos y empresas se prestan mutuamente fondos de inversión, dinero con intereses, compran acciones y compiten entre ellos, en un sistema tan opaco y secreto que ni ellos mismos se fían.
La crisis de los créditos hipotecarios, que apareció a plena luz el último verano en los Estados Unidos, reveló esta situación. Contrariamente a lo que pasaba antes, los bancos ya no prestan dinero a los que tienen dificultades, por no saber si serán solventes. En la Bolsa, los especuladores venden las acciones de las empresas que piensan que están en dificultades por la crisis financiera actual.
Sólo están los bancos centrales, los Estados y el Banco europeo, para inyectar en los circuitos financieros millones de euros o de dólares que provienen del dinero de los impuestos, es decir, dinero público de todos.
Pero cada una de sus intervenciones, como el último plan de Bush subrayando la gravedad de la crisis, corre peligro de agravarlo. Porque rebajando el precio del dinero, o bajando los impuestos, sí habrá más dinero en el mercado pero el problema es la deuda. Se teme que muchos bancos y empresas estén en quiebra. Y de todas maneras, son los trabajadores los que luego pagarán la factura.
Esto es el sistema capitalista en nuestra época. Un sistema sobre el que la derecha nos dice que es el mejor del mundo. Un sistema que los partidos de izquierda aceptan, diciéndonos que es el único sistema económico posible.
El movimiento obrero nació combatiendo este sistema; quería una sociedad cuya economía satisfaciese las necesidades de todos y no para permitir a una pequeña minoría enriquecerse más a costa de los trabajadores. El socialismo, el comunismo, significaba la apropiación por el conjunto de los trabajadores de los grandes medios de producción, distribución y transporte.
El Partido Socialista e IU renunciaron a estas ideas, porque sus dirigentes se integraron en el sistema. Pero el problema queda.
Algunos piensan que las ideas del movimiento obrero en su origen están superadas. Es una manera de ver las cosas, que les deja a los trabajadores sólo sus ojos para llorar ante los desastres que el sistema capitalista continuará trayendo.
Es el sistema capitalista que está superado. Y luchar todos para cambiarlo por una economía que funcione socialmente nos costaría menos sufrimiento que continuar soportándolo.
Febrero de 2008