¡Abajo la política colonial en Nueva Caledonia!

Imprimer
Textos del semanario Lutte Ouvrière - 20 de mayo de 2024
20 de mayo de 2024

El gobierno francés ha provocado noches de reyerta en Nueva Caledonia al imponer la ampliación del censo electoral. Esa reforma, aprobada por un parlamento que se reúne a más de 17.000 kilómetros de los afectados, tiene como objetivo convertir a los canacos en una minoría en su propio país.

El gobierno desenfundó su arsenal de represión colonial: despliegue de miles de gendarmes, estado de emergencia, arrestos domiciliarios para militantes. Los canacos rebeldes, los pobres que roban en las tiendas, son tachados de criminales y terroristas manipulados por el extranjero. ¡Un asco!

Nueva Caledonia sólo es francesa por la violencia de las tropas coloniales. Al desembarcar, hace 170 años, sometieron a los canacos, masacrándolos cuando se rebelaban y expulsándolos de sus mejores tierras. ¡Hubo que esperar 1946 para que se aboliera el trabajo forzoso y se autorizara a los canacos a circular libremente sin tener que abandonar la ciudad de Numea a las 17 horas!

El Estado francés se empeñó en hacer que los canacos fueran minoritarios en un archipiélago convertido en “el país del níquel” para los capitalistas. Millares de trabajadores franceses llegaron, atraídos por la promesa de una vida mejor. Otros, como los insurgentes de la Comuna de París, fueron deportados allí con otros condenados.

Ambos grupos, tanto los “caldoches” (procedentes de la metrópoli) como los canacos y los demás pueblos asiáticos y polinesios, habrían podido convivir enriqueciéndose mutuamente de sus diferencias culturales, pero la política del Estado francés fue todo lo contrario: montar a unos contra otros. Se apoyó en la población blanca para proteger los intereses de los capitalistas franceses y las fortunas que se elevaron, en particular con la explotación del níquel y expoliando a la población canaca.

La miseria, el racismo y el menosprecio colonial provocaron revueltas en los años 1980, reprimidas con sangre por el ejército francés. Desde entonces, el Estado cuidó de que se integrara a una pequeña burguesía canaca en las instituciones del archipiélago y en la gestión de parte de su economía, sin cambiar fundamentalmente la suerte de la gran mayoría oprimida.

La ley ya no prohíbe a los canacos vivir en Numea, y sin embargo siguen relegados a las provincias más pobres. Los que viven en la capital están lejos de los barrios residenciales con sus piscinas privadas. Siguen siendo los más pobres, los peor pagados, los con mayor tasa de desempleo y los con peores condiciones de vivienda.

No son motivos democráticos (ni la voluntad de que todos puedan votar) los que llevaron a que Macron quisiera descongelar el censo electoral. En la metrópoli, el gobierno no contempla ni un segundo dar el derecho a voto a los trabajadores extranjeros que trabajan y pagan sus impuestos aquí. Se trata de una maniobra política para impedir que los canacos decidan de su futuro. ¡Para más inri el gobierno habla de “proceso descolonial”!

Macron y sus ministros actúan sin tener en cuenta el interés de los caldoches, a quienes usan contra la población canaca. La situación de guerra civil que su política desencadena tiene otro objetivo, puesto que conservar a Nueva Caledonia significa conservar una base para procurar pintar algo en el gran juego de rivalidad y tensiones entre Estados Unidos y China.

El gobierno habla del derecho de autodeterminación de los pueblos para enviar armas a Ucrania, pero contra los canacos oprimidos, manda blindados. ¡Pues ahí es dónde se le ve la cara!

Las potencias imperialistas, y especialmente Francia, colonizaron, robaron, opusieron a los pueblos los unos a los otros y se repartieron el planeta. Dejaron bombas de relojería en todas partes, que explotan ahora, como sucede en Nueva Caledonia y en Mayotte, también en Palestina, en Ucrania, o en la región congolesa de Kivu.

Cambian los continentes y los contextos, pero siempre, detrás de la masacre de civiles y el avance de la miseria, está la mano de las potencias imperialistas por sus intereses propios y sus posiciones estratégicas.

El deseo de los oprimidos de escapar de la miseria y decidir de su propio destino no puede ser realizado sin destruir el imperialismo, es decir el orden capitalista, que es la base de las relaciones de dominación, borrando también las fronteras que creó. A falta de ese cambio, estaríamos condenados a que se reproduzcan la desigualdad y la violencia, las cuales alimentan el rechazo, el odio y el racismo entre los trabajadores y entre los pueblos.

Nathalie Arthaud

Editorial de los boletines de empresas del 20 de mayo de 2024