El Estado de Israel, instrumento del imperialismo

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Textos del semanario Lutte Ouvrière - 11 de octubre de 2023
11 de octubre de 2023

Los Estados imperialistas que dominan el mundo respaldan la guerra de Israel contra Gaza. No sólo es que los recursos del ejército israelí son sin comparación con los de los pocos miles de combatientes de Hamás, en particular gracias a la ayuda estadounidense, sino que, además, los Estados Unidos han enviado su más moderno portaaviones, así como un crucero, cuatro destructores y algunos submarinos lo más cerca posible del conflicto.

Para nada se trata de defender la democracia contra el terrorismo, ni el derecho del pueblo judío a existir, sino de defender el orden imperialista del cual Israel se ha convertido en una punta de lanza en esta parte del mundo.

No es de ayer. Oriente medio, que antes estaba bajo dominio otomano, cayó en manos de Francia y Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial. Ambas potencias trazaron allí fronteras según les convenía, reprimieron ferozmente los sentimientos nacionales de los pueblos. En paralelo, a partir de 1917, el imperialismo británico favoreció la inmigración judía en Palestina, que le parecía un contrapeso posible a la creciente influencia de los nacionalismos árabes.

El movimiento sionista, que abogaba por el asentamiento judío en Palestina, era entonces muy minoritario, pero cobró más relevancia con la Segunda Guerra Mundial y el exterminio de los judíos. La salida hacia Palestina y la construcción de un Estado judío parecían entonces la única solución para supervivientes cuya familia entera, cuyo pasado, cuyas raíces habían desaparecido. Cientos de miles se fueron a Oriente Medio, sin ninguna ayuda de las grandes potencias e incluso contra su voluntad, en especial contra la de Gran Bretaña que aún controlaba Palestina.

Del movimiento sionista a la creación de Israel

Para ganar un país y un Estado, los militantes sionistas crearon grupos armados y utilizaron tanto la diplomacia como los atentados. A fin de cuentas, Gran Bretaña entregó a la ONU su mandato en febrero de 1947. En noviembre del mismo año, la ONU aprobó – con el beneplácito de todas las grandes potencias, incluso la URSS – la partición de Palestina entre un Estado judío y otro árabe. Ambas partes rechazaron este trato y se inició una primera guerra entre las milicias sionistas y los Estados árabes del entorno. Durante esa guerra, el 14 de mayo de 1948, se proclamó la creación del Estado de Israel. En noviembre, la guerra terminó con la ampliación del territorio israelí y su reconocimiento de hecho por las grandes potencias. El Estado árabe palestino que se preveía nunca existió, porque la parte restante de Cisjordania y Gaza estaban ocupadas respectivamente por Jordania y Egipto.

En muchos pueblos palestinos, la población fue expulsada, obligada a abandonar el lugar para instalarse en campamentos donde siguen viviendo hoy sus descendientes, en Líbano, Jordania o en la Franja de Gaza. Por muy socialistas que fueran las pretensiones de muchos jóvenes pioneros de Israel, por mucho entusiasmo y mucha fe que le pusieran, los dirigentes sionistas de aquella época construyeron un Estado sólo para los judíos y en contra de los palestinos. Lo hicieron contra la propia voluntad de los pueblos de la región, y se aprovecharon de la primera oportunidad para demostrarlo ante el mundo. Cuando, el 26 de julio de 1956, el Egipto de Nasser nacionalizó el canal de Suez, Francia y Gran Bretaña mandaron tropas para oponerse. Israel participó en la operación militar, en la que ganó su posición de defensor del orden imperialista en la región.

Brazo armado del imperialismo

Desde aquel entonces, en las múltiples guerras contra sus vecinos, reprimiendo sistemáticamente a la población palestina, los gobiernos de Israel han llevado voluntariamente a su país a la situación de un campamento sitiado, aunque gane victorias. Precisamente eso hace el valor de Israel para los dirigentes imperialistas, y su utilidad para ayudarlos a dominar la región, de gran importancia estratégica y económica. Las dictaduras de los países árabes, incluso las cercanas al imperialismo, son frágiles, siempre a merced de un estallido social por parte de su población pobre, y hasta una revolución. El Estado de Israel, en cambio, se basa en una población convencida de tener que situarse sí o sí en el bando occidental, y dispuesta a pelear por ello. El Estado israelí, que se supone pertenece por naturaleza a ese bando, siempre ha gozado de una abundante ayuda militar y financiera por parte del imperialismo, y lo apoyan en todas sus actuaciones.

A cambio de eso, los dirigentes imperialistas dejan rienda suelta a los gobiernos israelíes, mientras cuentan la historia a su manera. En Francia, Gran Bretaña y en los Estados Unidos, donde el antisemitismo fue abiertamente tolerado durante mucho tiempo, la sociedad apenas fue conmovida durante 25 años por el descubrimiento del horror de los campos de exterminio. Sin embargo, conforme iba creciendo la necesidad de seguridad de las explotaciones petroleras, así como la inestabilidad de los regímenes árabes, mientras el ejército israelí se mostraba capaz de amenazar a todo Oriente Medio, las potencias imperialistas se descubrieron la misión de proteger el derecho del pueblo judío a existir. El exterminio en los campos nazis fue rebautizado con el término religioso de holocausto para borrar los verdaderos motivos de la masacre, fruto de una sociedad capitalista en crisis. El respaldo inquebrantable a Israel, haga lo que haga su gobierno, se fue convirtiendo en una constante de la política de los dirigentes occidentales, y así lo demuestra otra vez el actual aluvión proisraelí.

Los dirigentes del imperialismo y sus portavoces no defienden a los judíos cuando arman a Israel. Lo que defienden es su orden, a costa de la vida de los palestinos y también de la de los israelíes.

Paul Galois