Se instala la crisis política, sigue el politiqueo y muchos trabajadores se apartan del espectáculo. Con su arrogancia habitual, Macron quiere estar por encima de la pelea, o sea del problema político que él mismo ha creado. Dice que nadie ha ganado al mismo tiempo que se reserva el derecho de decidir quién debe hacer el reemplazo.
Los dirigentes de la izquierda han hecho votar a Borne, Darmanin y demás macronistas o incluso a gente de derechas, con el pretexto de cerrar la puerta al RN, y ahora lloriquean porque Macron se niega a otorgarles la victoria. Los aliados de ayer pretendían “cambiarlo todo” y ahora se pelean por encontrar un primer ministro. Entre los macronistas, se coquetea con la derecha y el Partido Socialista, en nombre de la necesaria estabilidad. El partido RN, por su parte, ha descartado a los más abiertamente racistas para demostrar su respetabilidad y su disposición para gobernar al servicio de la burguesía.
Es verdad que todo el circo político se da en nombre de ideales y frases sobre la voluntad popular y la democracia, pero aquella democracia burguesa está agotada, víctima de la crisis y el callejón sin salida que es el sistema capitalista.
Además, ¿dónde está la democracia para los trabajadores? ¿De qué decidimos? ¿Acaso decidimos nuestras condiciones laborales, o nuestros salarios? En lo fundamental, la democracia está al servicio de los explotadores.
Bajo la 4ª y luego la 5ª república francesa, los gobiernos sucesivos, tanto de izquierda como de derecha, fueron quienes llevaron a cabo las sucias guerras coloniales, luego las intervenciones imperialistas y de apoyo a dictadores, por cuenta de los mayores grupos capitalistas franceses. Aquella democracia es igualmente la de la represión de las huelgas y manifestaciones, la de los policías que disparan a sangre fría en los barrios populares.
A pesar de la irresponsabilidad de los políticos que se pelean por el puesto de primer ministro, la gran burguesía dispone de un aparato de Estado bien arraigado. Sus altos funcionarios, sus tribunales, su policía y su ejército están ahí para defender el orden social.
Bien es posible que los dirigentes políticos no encuentren salida a la crisis política actual, sin embargo, no por ello la gran burguesía dejará de atestarle golpes al mundo laboral, pues gracias a esa guerra social ella puede acumular ganancias como nunca antes a pesar de la crisis en la que se viene sumiendo toda la economía.
Así será mientras nosotros, trabajadores, no le arrebatemos el poder a la burguesía para acabar con el capitalismo.
Si la sociedad sigue funcionando mientras riñen los políticos es porque nosotros seguimos recogiendo basura, produciendo en las cadenas de montaje, llenando las estanterías de los supermercados. Seguimos haciendo malabares para llegar a fin de mes, sufriendo condiciones de trabajo cada vez más duras, procurando compensar la falta de recursos para cuidar en los hospitales, para transportar a los viajeros en los autobuses y los trenes. Gracias a nuestra labor, la burguesía sigue enriqueciéndose.
Nos falta la consciencia de la posición de fuerza que ocupamos en el corazón de la máquina y que nos permite oponernos al sistema de explotación.
En el pasado, el movimiento obrero difundió dicha consciencia, se opuso a los intentos para dividirlo. Los primeros comunistas se agruparon en torno a una idea muy sencilla, formulada por Carlos Marx: “Los proletarios no tienen nada que perder salvo sus cadenas; tienen un mundo que ganar. Proletarios de todos los países, ¡uníos!”
Se ha venido perdiendo la consciencia política comunista, revolucionaria e internacionalista a medida que los partidos de izquierda se han ido integrando en la sociedad burguesa y en su aparato estatal. Han sustituido la lucha de clases contra los capitalistas por las papeletas y un “buen” gobierno. Han cambiado el internacionalismo por el nacionalismo y la ilusión de que las fronteras pueden proteger los intereses de la clase trabajadora.
Los trabajadores han quedado desorientados y sin una perspectiva, su fuerza social ha quedado neutralizada. Hoy en día, la división con el veneno racista amenaza con desarmarlos aún más frente a sus explotadores.
Si no queremos caer cada vez más bajo, en la crisis y la guerra general, es urgente reconstruir un partido que defienda no sólo nuestros intereses inmediatos, sino también la necesidad de acabar con el capitalismo. Es necesario un partido comunista revolucionario, en el sentido que Marx, y después de él varias generaciones de militantes, le dieron a esa palabra.
Nathalie Arthaud
Editorial de los boletines de empresas del 15 de julio de 2024