Hace un año, el 24 de febrero de 2022, Putin ordenó a su ejército que invadiera Ucrania, decía que para “desnazificarla”, refiriéndose a la influencia que allí han cobrado los nacionalistas herederos del banderismo, una corriente pronazi que masacró a judíos, rusos y polacos entre 1941 y 1945. En realidad, Putin quería echar abajo al gobierno de Kiev, al no poder disuadirlo de adherirse a la OTAN, lo cual, de concretarse, permitiría a la organización instalar misiles a 700 kilómetros de Moscú.
Un año después, el ejército de Putin controla el 20% del territorio ucraniano; su economía ha resistido a las sanciones occidentales, pero el propio Putin no ha alcanzado sus objetivos. Él, que niega la mera existencia de la nación ucraniana, con su desprecio sangriento a los pueblos acaba contribuyendo a que se afirme el sentimiento de pertenecer a Ucrania, el cual no terminaba de cuajar entre la población a pesar de los esfuerzos del poder y de los nacionalistas.
Se nos suele explicar que el relativo fracaso de Putin viene de la movilización del pueblo ucraniano por defender su patria, mientras que nada de eso puede motivar a los soldados rusos. Vale. Pero sólo es una parte de la explicación. Si Ucrania ha aguantado, a pesar de tener una industria y un ejército menos fuertes que los del Kremlin, lo debe ante todo a la treintena de miembros de la OTAN, especialmente a Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Francia, quienes la han armado, financiado y apoyado de varias maneras. Y no dejan de subir apuestas, como Biden el pasado 20 de febrero en Kiev.
Cuando los países de la OTAN entregan a Ucrania armas cada día más sofisticadas y más eficaces, persigue un objetivo inmediato y proclamado: evitar la derrota de Ucrania y hacer durar la guerra para debilitar a Rusia, y al ser posible, doblegarla. Esto para demostrar al mundo lo que puede costar el no inclinarse ante el orden imperialista. Dijo Biden en Varsovia que “Ucrania nunca será una victoria para Rusia”, negándose a cualquier negociación con Putin; los dirigentes occidentales copiando la postura y el lenguaje de Biden en los últimos tiempos: todo eso va en el mismo sentido.
Sin embargo, el conflicto actual no es el motivo principal de la escalada por parte de Occidente, sino que sirve como tela de fondo de una preparación de las mentes, por ejemplo, aunque sólo sea trivializando una guerra que va a durar, en un continente europeo que no había visto una guerra desde 1945, salvo los bombardeos a Serbia por la OTAN, hace veinticinco años. Ponerse en pie de guerra, también significa preparar la economía de cada país, en un mundo capitalista que se está hundiendo en la crisis y cuyos dirigentes no ven ninguna salida. Es verdad que los dirigentes del mundo capitalista aún no han activado el engranaje hacia un enfrentamiento global, como el que llevó a la Primera y a la Segunda Guerra Mundial; pero nada nos asegura de que el conflicto ucraniano no puede en cualquier momento arrastrar a toda la humanidad hacia una nueva guerra mundial.
Este conflicto ya sirve como terreno de entrenamiento para los Estados imperialistas, que preparan la posibilidad de un enfrentamiento “de alta intensidad” como lo mencionan explícitamente los estados mayores militares y políticos. También sirve para que los líderes imperialistas refuercen los bloques de Estados aliados, con sus redes de bases militares alrededor de Rusia y China, y ordenen a los demás Estados que se sumen a las alianzas militares, a las sanciones contra Rusia, aunque vaya en contra de sus propios intereses y los de sus capitalistas. Se nota con el cese de las importaciones de gas y petróleo rusos, la prohibición de hacer comercio con Rusia y mantener allí actividades industriales, a expensas de países europeos entre los cuales Alemania y Francia, pero en beneficio de los Estados Unidos.
Hay un dato nuevo, que ha surgido con claridad en el curso de esta guerra, y es que la situación global evoluciona con rapidez hacia la militarización. Esto nos recuerda con fuerza lo actual de las palabras del socialista francés Jaurès, justo antes de empezar la primera gran masacre mundial: “El capitalismo lleva en su esencia la guerra, como los nubarrones llevan la tormenta.”
Una guerra que se venía anunciando
Putin respondió de manera monstruosa a la presión continua del imperialismo en el este de Europa, al lanzar sus misiles y tanques contra Ucrania, el 24 de febrero de 2022. Sin embargo, el imperialismo viene preparándose a este enfrentamiento, disponiéndose a sumir a Ucrania en la guerra tarde o temprano y hacer de sus habitantes los rehenes de una rivalidad que poco tiene que ver con ellos, puesto que enfrenta al bando imperialista liderado por Estados Unidos y a Rusia, con su dictador, sus burócratas y sus oligarcas ladrones. De un lado y de otro, digan lo que digan, no hay sitio para el derecho de los pueblos a decidir.
Así lo declara la ex canciller alemana Angela Merkel en una entrevista en la que habla de la crisis abierta en febrero de 2014, cuando el entonces presidente de Ucrania, bajo presión de la calle y de sectores de la burocracia y la oligarquía, tuvo que huir. El poder que salió del Maidán se puso del lado de los Estados Unidos; Putin recuperó Crimea e incentivó la secesión del Donbás. Se suponía entonces, y lo decía Merkel, que los acuerdos de Minsk, patrocinados por ella y el francés Hollande, y firmados por Moscú y Kiev, iban a arreglar el conflicto pacíficamente. Ahora Merkel confiesa que se trataba de un engaño. “Putin pudo ganar fácilmente entonces, y dudo mucho de que la OTAN hubiera sido capaz de ayudar a Ucrania como lo está haciendo hoy en día. […] Era evidente para nosotros que se iba a congelar el conflicto, que no se arreglaba el problema, pero eso justamente le dio tiempo a Ucrania.” Y a la OTAN para preparar el enfrentamiento con Moscú.
El conflicto estaba en gestación desde que la URSS se vino abajo en 1991. Desde entonces los Estados Unidos y la Unión Europea maniobraron para aspirar al este de Europa en la orbite otanista. Explicaban consejeros de la Casa Blanca que había que desatar a Ucrania de sus lazos con Rusia, para que esta última no tenga los recursos como para volver a ser una gran potencia. Después de los años de Yeltsin (1991-1999), que vieron el derrumbe económico, la fragmentación del Estado y el humillante avasallamiento del país por parte de Occidente, con la llegada de Putin la burocracia quiso restaurar la Gran Rusia.
En 2004, Occidente hizo un primer intento de aspirar a Ucrania, con el dúo Yúshchenko-Timoshenko, que tumbaron al prorruso Yanukóvich. Pero fracasó cuando la población, asqueada, acabó llamando de vuelta a Yanukóvich. Lo volvió a echar en 2014. Y esta vez, el bando occidental se salió con la suya y fue el inicio de la guerra: en el Donbás, donde el ejército de Kiev y los nacionalistas luchaban contra los separatistas, hubo 18.000 muertos y centenas de miles de refugiados. Ocho años después, todo el país cayó en el horror.
Los dirigentes estadounidenses y europeos sabían que Moscú no podía aceptar que Ucrania se convirtiera en la base avanzada de la OTAN. Sabían qué riesgos mortales suponía su política para los ucranianos, y para la juventud rusa, a la que Putin iba a mandar a matar y morir. Esta guerra, la OTAN la hizo inevitable desde 2014, al armar, entrenar, asesorar al ejército ucraniano y a las tropas nacionalistas fascistoides.
A los dirigentes occidentales les daba igual: hacer la guerra con la vida de los demás es una constante en la política de las potencias colonialistas e imperialistas. La cosa se está verificando una vez más en la sangre y el lodo de las trincheras de Ucrania, en las ruinas de las viviendas sociales de Járkov, Jersón o Donetsk que los misiles de unos y otros han hecho caer sobre sus habitantes… por mucho que digan que se trata de un conflicto repentino entre el pequeño David ucraniano aislado y desarmado y el malo Goliat ruso que lo ha agredido sin razón. Con motivo del aniversario de la invasión de Ucrania, se nos ha vuelto a machacar una propaganda descarada en los medios. Estaría el bando del Mal (Rusia, Irán y sobre todo China) frente al bando del Bien, el de las potencias que, al dominar el planeta, mantienen el sistema de explotación capitalista en nombre de la democracia o la salvación de países como Ucrania – eso sí, cuando les están sometidos.
Esta propaganda masiva busca asegurar que la opinión pública se come el bulo de la defensa del pueblo agredido, que en realidad es una guerra de las grandes potencias mediante Ucrania. Más allá de qué será de Rusia y el régimen de Putin (lo cual refleja una preocupación contradictoria de los imperialistas, quienes abogan por la victoria de Kiev al mismo tiempo que temen que una derrota de Putin desestabilice Rusia y la región de manera incontrolable), los Estados imperialistas tienen otro objetivo, tan importante para ellos: quieren amarrar a su propia población a su carro de combate, porque tienen en la mente conflictos futuros más amplios.
De hecho, el conflicto ucraniano lo tiene todo del prólogo de un enfrentamiento más o menos general, del cual políticos, generales y comentaristas ya señalan el objetivo: China. Así pues, el diario económico francés Les Echos de 15 de febrero llevaba en la portada un artículo titulado “Para Estados Unidos, China vuelve a ser el enemigo número uno” después de que la guerra de Ucrania haya apartado su atención de la confrontación con China.
De una guerra a otra, más amplia
Las estepas, ciudades y cielos de Ucrania ya están sirviendo a los estados mayores e industriales occidentales tanto para afrontar a Rusia, mediante soldados ucranianos, como a poner a prueba en directo sus tanques, cañones, sistemas de mando, comunicación, interceptación e inteligencia, así como a sacar las lecciones de todo ello. Es una oportunidad para deshacerse de municiones y máquinas más o menos anticuados, que los combates van a consumir. La consecuencia favorable, para ellos, es que así se justifica la escalada de entregas de armas y, de ahí, la explosión de los presupuestos militares para hinchar las industrias de guerra.
La coyuntura permite a los Estados recaudar pedidos, a veces enormes, procedentes de países que dependen de protectores más potentes y líderes del mercado armamentístico. Así pues, Varsovia contempla ceder a Kiev sus viejos Mig-29 de concepción soviética para sustituirlos por F-16 estadounidenses; le promete entregarle antiguos tanques Leopard, que sustituirá con nuevos modelos. Es verdad que no les viene bien a Dassault ni al tanque Leclerc francés, que no logra venderse. Y es que, hasta dentro de la propia OTAN, entre los aliados que aparentan unidad, como lo ha hecho Biden prometiendo al mismo tiempo que Scholz la entrega de tanques a Kiev, los imperialistas siguen siendo rivales. En este asunto igual que en otros. Los Estados Unidos se llevan la mejor parte, con pedidos de armamento que han duplicado en 2022, lo cual está a medida de su potencia industrial, de su supremacía militar… y de las guerras por venir.
Los pedidos de armas para Ucrania se suman a las destinadas a poner al día cada ejército occidental, y sirven tanto para competir con Putin como para convertir a toda velocidad las economías occidentales en “economías de guerra”, según los propios términos del programa aprobado por los ministros de Defensa de los países de la OTAN, en su cumbre en Bruselas los 14 y 15 de febrero. Los dirigentes políticos occidentales y más aún los jefes de sus ejércitos hablan pública y concretamente de una guerra general que se avecina. Por ejemplo, en Brest, el almirante Vandier, jefe de estado mayor de la armada francesa, dijo lo siguiente a los nuevos cadetes: “Entráis en una Armada que con probabilidad va a combatir.” Hasta los hay que proponen una fecha para ello, como el general Minihan, jefe de operaciones aéreas en los Estados Unidos: “Espero equivocarme, pero intuyo que nos enfrentaremos en 2025” contra China.
Ucrania: el espantoso coste humano, social y económico
Mientras tanto, la guerra de Ucrania ya ha matado o herido a 180.000 militares rusos, apenas unos cuantos menos del lado ucraniano, y han muerto más de 30.000 civiles, según el jefe del ejército noruego, miembro de la OTAN. 7,5 millones de ucranianos han buscado refugio en Polonia, Eslovaquia, Austria, etc., y en Rusia también. Entre ellos está una amplia mayoría de mujeres y niños, puesto que los hombres entre 18 y 60 años de edad son movilizables y tienen prohibido abandonar el territorio. También hay varios millones de desplazados dentro del país.
Numerosas ciudades, grandes o pequeñas, han sido bombardeadas, algunas fueron destruidas. Las infraestructuras energéticas han sido golpeadas, hundiéndose la población en el frío y la oscuridad. El coste de las destrucciones de carreteras, puentes, ferrocarriles, puertos, aeropuertos, empresas, escuelas, hospitales, viviendas… alcanzaría los 326.000 millones de dólares, según evaluaba el Primer ministro el pasado mes de septiembre. Este coste enorme no ha hecho más que crecer desde entonces, porque viene con enormes desviaciones de fondos realizadas y por realizar por parte de ministros, generales, burócratas y oligarcas ucranianos.
Zelenski admitió la corrupción al más alto nivel del Estado cuando despidió a parte de su gobierno, entre el cual los ministros de Defensa y Reconstrucción, así como varios altos cargos. No cambia para nada la naturaleza de un Estado, fuente principal de enriquecimiento al igual que en Rusia, y uno de los más corruptos en el mundo. Más que el Estado ruso, por lo que dicen, lo cual no es poco. En realidad, Zelenski no tenía otra opción: una comisión estadounidense de alto nivel desembarcó en Kiev para comprobar qué pasaba con la ayuda masiva procedente del tío Sam. Aunque sea muy rico el Estado de EE.UU., tiene sus propias obras de caridad (industria armamentística, financieros, capitalistas de alto rango) y no quiere que una parte demasiado importante de los beneficios de guerra se vaya a los bolsillos de burócratas, oligarcas y mafiosos ucranianos.
Además, en el mismo momento en que Occidente anunció que iba a facilitarle tanques al Estado ucraniano, se trataba de que el régimen no apareciera como es, o sea el régimen de bandoleros que prosperan a expensas de la población ucraniana. Víctima de los bombardeos y abusos del ejército ruso, ésta se da cuenta de que también lo es de los parásitos de la alto burocracia, los ministros corruptos o los generales ladrones. La unión sagrada no ha hecho desaparecer los privilegios que permiten a los ricachones gozar tranquilamente de su fortuna en el extranjero, mientras sus esbirros de la policía hacen redadas de hombres, válidos o no, para alimentar el frente. Las resistencias que esto provoca no tienen por qué sorprendernos, en semejante contexto; además, si bien el ejército pudo en un primer momento contar con voluntarios, ahora está obligado a movilizar.
Con sus comentarios entusiastas sobre un régimen que según dicen representa la democracia y la unidad de un pueblo detrás de sus dirigentes, los medios franceses prefieren guardar un púdico silencio sobre los hechos que podrían estropearles el relato.
La catástrofe social
En 1991, cuando la URSS se vino abajo, socavada por la actividad de millones de burócratas echando mano de la propiedad estatal mientras sus jefes se repartían territorios nacionales para reinar sin rendir cuentas, los dirigentes ucranianos hicieron pegar carteles que decían “Somos 52 millones”. La idea era tranquilizar a un país, ahora independiente, sin haberlo querido, y cuya población se encontró separada de Rusia con la que compartía una larga historia común y una economía construida de manera integrada, entremezclada, durante los más de 70 años de existencia de la Unión Soviética.
En vez de saltar a un mundo mejor, como lo vendía la propaganda, la población se hundió en la miseria, el caos, el paro, el bandolerismo en el poder. Con la caída brutal de su nivel de vida, también cayó la esperanza de vida, y se disparó la mortalidad. La población se redujo en valor absoluto, al igual que en Rusia; y cuando se estabilizó, no volvió a crecer. Justo antes de la actual guerra, pues, Ucrania contaba con unos 45 millones de habitantes, entre los cuales millones de emigrados económicos. Un año después, sólo quedan unos 38 millones.
¿Cuántos ucranianos huidos al extranjero querrán y podrán volver? ¿Y cuándo? Dependerá del curso de la guerra, que nadie puede decir cuándo acabará. Sea cual sea el final, no acabará con la catástrofe demográfica que viene golpeando el país desde hace treinta años. Una situación que comparte con la mayoría de las antiguas repúblicas soviéticas, y cuyas raíces son sociales y económicas. El régimen de la burocracia rusa con sus oligarcas multimillonarios, un régimen dañado social y económicamente, corrupto, policíaco y anti obrero, no ofrece ningún futuro para la población ucraniana, aunque hable ruso. Y del otro lado, está el régimen de Zelenski, agente de las grandes potencias y sus multinacionales que miran hacia las riquezas agrícolas y mineras de Ucrania y su mano de obra cualificada para explotarla con sueldos miserables, lo cual empezó ya en 2014. En un primer tiempo, el conflicto le ha salvado el pellejo, sin duda. Como pasa en cualquier guerra, la población, lo quisiera o no, tuvo que agruparse detrás de un poder que pretendía defenderla. Pero es muy probable que sectores enteros de las clases populares no hayan olvidado su odio a Zelenski, el actor hecho presidente, que hizo de “servidor del pueblo” para mantener los intereses de los ricos.
Los dirigentes occidentales, representantes de una burguesía imperialista que domina al mundo, y los rusos, representantes de los parásitos que explotan a los trabajadores de Rusia, los dirigentes ucranianos, representantes tanto de sus propios oligarcas como de las multinacionales occidentales, se enfrentan con la vida de los pueblos, y todos son enemigos de las clases populares y trabajadoras. Los trabajadores, estén donde estén, sea cual sea su nacionalidad, su idioma o su origen, no tienen por qué solidarizarse con “el enemigo principal [que] siempre está en el propio país”, así como decía el revolucionario alemán Karl Liebknecht en 1916, en plena Primera Guerra Mundial.
Todos preparan una economía de guerra
El 6 de febrero, Antonio Guterres, el secretario general de la ONU, al presentar sus prioridades para 2023, declaró que en Ucrania “las perspectivas de paz no dejan de reducirse [mientras] los riesgos de una escalada y una masacre más no dejan de crecer”. Y añadió lo siguiente: “El mundo se está dirigiendo, con los ojos abiertos, hacia una guerra más amplia.”
Lo acaba de confirmar la cumbre de los ministros de Defensa de los miembros de la OTAN. Se los pidió, según relata Les Echos, “el paso a una economía de guerra”, un empuje a la producción armamentística, en primer lugar obuses, tanques y artillería, para afrontar la “guerra de desgaste” en Ucrania. Hasta remataron diciendo que, si bien hace diez años los Estados Unidos le pedían a cualquier socio de la OTAN de subir el presupuesto militar al 2% del PIB, ahora este dato se considera un mínimo, que muchos ya han superado. La conferencia sobre seguridad en Europa, en Múnich, que reunió a la mayoría de dirigentes europeos y mundiales, fue en el mismo sentido.
Buscan persuadir a su población de que la guerra es inevitable, señalándole a determinados países como enemigos, sobre todo Rusia y China, desarrollando una propaganda insidiosa pero permanente en los medios, en torno a temas bélicos, enfatizando la necesaria preparación de la juventud para servir a su nación, defenderla, pero no explican nunca que se tratará de convertir a la juventud en carne de cañón por los intereses de las clases poseedoras. El gobierno francés lo hace con el Servicio Nacional Universal, diseñado para enseñar a los jóvenes ejercicios militares, con sus reportajes en la tele sobre el servicio a bordo de buques de guerra, sobre las regiones con mucho paro (Saint-Étienne) donde la recuperación de la producción armamentística creará empleo. El nuevo ministro alemán de Defensa no hace otra cosa: quiere restablecer el servicio militar y convertir la Bundeswehr en el primer ejército del continente gracias a los 100.000 millones de subida presupuestaria.
En junio del año pasado, macron anunció su plan de Economía de Guerra con 413.000 millones en siete años. Se tenía que “ir más rápido, reflexionar sobre los ritmos, el aumento del volumen, los márgenes, para poder reconstruir rápidamente lo que es indispensable para nuestros ejércitos, nuestros aliados o para quienes queremos ayudar.” Al dirigirse a los jefes de un órgano que reúne a las 4.000 empresas del sector militar, les prometió decisiones y sobre todo inversiones. Para las ganancias, la guerra es buena…
Más allá del conflicto ucraniano, la causa profunda de los presupuestos militares disparados yace en la crisis del sistema capitalista global, que va agravándose sin que nadie, entre los medios dirigentes de la burguesía en Europa y América, sepa cómo hacer frente. Como pasa siempre que el mundo está ante semejante situación, la burguesía y sus Estados confían en la industria armamentística para recuperar la economía. Gracias al presupuesto militar de los Estados, el sector está protegido contra la caída de la demanda que afecta los sectores que dependen del poder adquisitivo de los hogares populares; estimula el resto de la economía con sus pedidos de máquinas, programas, materiales, materias primas, etc., y así es cómo la burguesía piensa mantener la tasa de ganancia general.
Con frecuencia sale tal o cual dirigente a mostrarse preocupado por los riesgos que conlleva esa orientación impuesta a la vida de las naciones, además cuando se está produciendo una guerra abierta. Entonces, en Múnich, el ministro de Asuntos Exteriores de China presentó un plan “de paz” para Ucrania. Un famoso consejero de varios presidentes estadounidenses, Henry Kissinger, publicó el suyo a finales de diciembre. En él propuso establecer “una línea de alto el fuego” que garantice a Rusia “el territorio que viene ocupando desde hace casi diez años, incluso Crimea”, con luego unos “referéndums de autodeterminación [en los] territorios especialmente divididos” para, al fin y al cabo, “confirmar la libertad de Ucrania y definir una nueva estructura internacional [para] Europa del este”. Y añadió creyéndoselo: “Rusia debería acabar encontrando un sitio en este orden” mundial.
En el fondo, se trataría de conceder a Putin unos logros territoriales de los que se pueda valer. Evitaría una desestabilización del poder ruso, pero pagando el precio que es el objetivo de Estados Unidos desde hace años: el paso de Ucrania a su bando. No cabe discutir mucho el asunto, puesto que por ahora los dirigentes occidentales se niegan a negociar con Putin. Aunque algunos dirigentes hablen de buscar una solución pacífica para una guerra que su propia política ha provocado, en realidad su rumbo sigue siendo armar a uno de los bandos, militarizar la economía de muchos países en el contexto de una crisis general cuya evolución se les escapa por completo, y todo ello contribuye a que el camino pueda ser más corto de lo previsto desde la guerra en Ucrania hasta un conflicto mayor.
Al contrario de lo que dice Guterres, no es toda la humanidad quien avanza hacia el abismo con los ojos abiertos. Los dirigentes políticos de la burguesía saben perfectamente qué es lo que están preparando, y con qué intereses – los de la burguesía. Ellos lo ven mucho más claramente que las masas populares del mundo entero, a quienes se les oculta la realidad, los riesgos y la evolución acelerada.
Sí, en Ucrania, en Rusia, al igual que en todas partes, el nivel de conciencia y organización de la clase obrera lleva mucho retraso en comparación con la marcha a la guerra a la que la burguesía empuja a toda la humanidad. Estamos lejos de lo que haría falta para detenerla, convertirla en una guerra de clase por la emancipación de los trabajadores del mundo.
Fue lo que hicieron los bolcheviques en Rusia, en 1917, en plena guerra mundial. Éste es el camino a seguir para los comunistas revolucionarios e internacionalistas, los militantes de la única clase que tiene un futuro que proponer, el proletariado; con todos aquellos que quieren cambiar el mundo antes de que la humanidad se hunda en la barbarie. Entonces pasará lo que dijo Lenin sobre la revolución de Octubre: “Tras milenios de esclavitud, los esclavos cuyos dueños quieren la guerra les [contestarán]: vuestra guerra por el botín, la convertiremos en guerra de todos los esclavos contra los dueños.”
21 de febrero de 2023