El coronavirus, responsable de la epidemia de neumonía que comenzó en China, donde ya se ha cobrado muchas víctimas, tardó sólo unos días en ser identificado y su material genético descifrado.
El 29 de diciembre, las autoridades chinas notificaron a la Organización Mundial de la Salud (OMS) casos de neumonía atípica en Wuhan, en el este del país. El 10 de enero, el patrimonio genético del virus fue descifrado y puesto a disposición de todos los equipos de investigación del mundo. Desde entonces, las redes de investigadores y médicos han ido avanzando en el conocimiento de este agente infeccioso, su origen, su estructura, la forma en que se desarrolla en los humanos, la forma en que muta, se transforma…
Los resultados, los datos genéticos, intercambiados a velocidad de Internet, circulan incluso más rápido que la epidemia entre cientos de laboratorios de todo el mundo. Una buena ilustración de las posibilidades científicas y técnicas de hoy en día, cuando todo el conocimiento se pone en común.
En China, en menos de un mes, varios miles de personas contrajeron la enfermedad y, para el 28 de enero, más de 150 personas ya habían muerto a causa de ella. En otros lugares, en otros países, donde el virus llegó transportado por un hombre o una mujer infectados, los sistemas de salud, cuando existen, están vigilando su progreso.
El conocimiento avanza a medida que se hacen las observaciones. Se ha desarrollado una prueba, pero la novedad del virus consiste en que ningún tratamiento o vacuna es factible a corto plazo. El aislamiento y la cuarentena de los pacientes detectados sigue siendo la mejor medida para evitar la propagación del virus, que se transmite, como en la mayoría de las infecciones respiratorias, por la tos y los estornudos.
Por consiguiente, las medidas de higiene siguen siendo un factor esencial de prevención mientras los científicos recogen información sobre el grado de contagio del virus, el período de incubación de la enfermedad, su mortalidad, sin que sea posible aún predecir cuáles serán las consecuencias médicas de este nuevo agente infeccioso y cuál podría ser la escala de la epidemia.
Asimismo, si los científicos hacen su trabajo, sólo podemos preguntarnos sobre la capacidad de la sociedad para hacer frente a lo que podría convertirse en una pandemia.
Por supuesto, nunca terminaremos con los virus y todos los gérmenes. Son parte de la vida, siempre han estado con la humanidad, evolucionando, adaptándose y transformándose. El conocimiento y el saber progresan en paralelo. Pero para que esto limite los efectos más nocivos de estos agentes infecciosos, toda la población mundial tendría que tener acceso material y cultural a la atención de la salud. Obviamente no es el caso.
La sociedad moderna y la multiplicidad de intercambios a escala mundial hacen que los microbios puedan viajar muy rápidamente. Los medios para cuidar a las personas en una sociedad gobernada por el beneficio no llegan a la misma velocidad… cuando llegan.