"La muerte de Yasser Arafat abre una nueva era en el Oriente Próximo", tituló un periódico de gran tirada. Sharon y Bush, más explícitos, se alegran, el primero abiertamente, y el otro hipócritamente, de que "un nuevo camino se abre para la paz" ¡Como si la persona de Arafat fuera el obstáculo a la paz en Oriente Medio! ¡Como si no fuera el Ejército israelí el que llevaba una guerra contra la población palestina! ¡Como si los dirigentes de Israel no se beneficiaran, para llevar esta guerra, del pleno apoyo diplomático, financiero y en armamento de los Estados Unidos! El cinismo de estos dirigentes es ilimitado.
Los dirigentes de los países árabes fingieron inclinarse ante la memoria de Arafat. Fue el Gobierno egipcio quien se encargó de una parte de la ceremonia del entierro. Pero es significativo que esta ceremonia, en su parte egipcia, se haya desarrollado sobre un terreno militar cerrado y protegido, lejos de la ciudad y próxima al aeropuerto, situado a las puertas del desierto. Los dirigentes no quisieron correr el riesgo de repetir el entierro de Nasser donde cientos de millares, y quizá millones de personas, habían concurrido, transformando, por el carácter masivo de su sola presencia, una ceremonia oficial en demostración de fuerza de las masas pobres.
Para el entierro en Ramallah, lugar designado después de sórdidos regateos por parte del Gobierno israelí, se tomaron las mismas precauciones. En los puntos de paso entre la Franja de Gaza y Cisjordania, se multiplicaron los controles israelíes y se añadieron los de las fuerzas armadas de la Autoridad palestina.
A pesar de los obstáculos, sin embargo, la muchedumbre anónima de los Palestinos ha desbordado la ceremonia protocolaria.
Incluso vivo, no era Arafat a quién temían los dirigentes de este mundo, incluidos los dirigentes árabes. Ellos temían las fuerzas que él terminó por simbolizar, estos millones de Palestinos desarraigados, expulsados de su región de origen, siendo la mitad de ellos transformados en refugiados en los países vecinos mientras que la otra mitad se ve reducida a la pobreza a Gaza o Cisjordania, sufriendo permanentemente los fastidios de las autoridades israelíes y periódicamente sus bombas.
Durante muchos años, aquella fuerza fue el principal factor de desestabilización también para regímenes reaccionarios o dictatoriales árabes de los paises de alrededor.
Ya que ¿cómo se puede olvidar, mientras que los jefes de Estado árabes se inclinaban delante del despojo de Arafat, que fue el Ejército jordano el que organizó una verdadera masacre de Palestinos en el "Septiembre negro"de 1970 y que el Ejército sirio y el Ejército israelí jugaron los papeles complementarios para poner al paso a los refugiados palestinos en el Líbano?
Arafat no representaba verdaderamente los intereses de las masas pobres de Palestina, a la vez porque su política nacionalista no abría una perspectiva más extensa de unión entre los trabajadores y las clases oprimidas de toda la región y porque tenía más confianza al apoyo de los grandes de este mundo que al de su propio pueblo.
Pero Arafat se había vuelto el símbolo de una rebelión y de un combate. Y ese símbolo fue el que se ha querido enterrar, tanto en el sentido literal como en el sentido figurado del término, este 12 de noviembre de 2004, en Ramallah.
13 de noviembre de 2004