En vísperas del año 2025, ¿qué podemos esperar sino una revolución que cambie el mundo de arriba abajo? La salud para todos, la prosperidad y la paz para todos exigen poner fin a esta sociedad basada en la explotación, la carrera por el beneficio y la guerra económica, que cada vez degenera más en auténtica guerra.
Podemos soñar que los cientos de miles de millones que se acumulan en las arcas de unos pocos se destinen a hospitales, educación, transporte público y preservación del planeta. Podemos soñar que ningún trabajador tendrá que preocuparse por llegar a fin de mes o por su jubilación. Y podemos soñar con acabar con las guerras, los nacionalismos estúpidos y las fronteras que matan. Pero tenemos que luchar para que estos sueños no se queden sólo en sueños. Y eso no tiene nada de utópico.
Cuando sucedió a la sociedad feudal, el capitalismo produjo un gran salto en las fuerzas productivas. Bajo su impulso, la humanidad acumuló un nivel de conocimientos y de riqueza sin precedentes, y desplegó medios de producción y de comunicación extraordinarios. Han persistido enormes desigualdades, pero nunca antes las posibilidades de alimentar, alojar y satisfacer las necesidades de la población mundial habían sido tan elevadas como ahora. La humanidad nunca había llegado tan lejos en su comprensión del cuerpo humano ni en su exploración del universo.
La actividad humana es capaz de grandes hazañas. Por ejemplo, reconstruir Mayotte y sacar a la isla de su subdesarrollo no requeriría más recursos que los movilizados para restaurar Notre-Dame de París u organizar los Juegos Olímpicos. El equivalente de una ciudad con todas las comodidades modernas puede construirse en pocos años. Pero los capitalistas tendrían que encontrar el interés para hacerlo, ¡y ése es el problema!
Los amos económicos a la cabeza de los grandes grupos no son benefactores. Son depositarios de las inmensas posibilidades que la sociedad ha desarrollado, pero son absolutamente incapaces de ponerlas al servicio de la humanidad.
No les importan las necesidades de la gente, sólo les interesan los que pueden pagar, y sólo les interesan las producciones rentables y los beneficios que puedan obtener de ellas.
Alimentándose de la explotación de los trabajadores y de los recursos naturales, sólo saben hacerlo exacerbando las desigualdades, agrandando el abismo entre países ricos y pobres y destrozando el planeta. Alimentándose de la competencia internacional y de la eliminación de los más débiles, alimentan el odio y la guerra entre los pueblos.
El capitalismo se ha convertido en un enorme despilfarro de recursos y de inteligencia humana. Ha tenido más que su día.
La miseria y la precariedad crecientes en que se encuentran las clases trabajadoras contrastan fuertemente con todo el potencial de la sociedad. Este desfase es un insulto a las tres cuartas partes de la humanidad que se mantienen en la miseria. Es una condena para los dirigentes económicos y políticos.
Hoy, lejos de elevar a la humanidad, el capitalismo la degrada, condenándola a vivir, en muchas partes del mundo, en un estado permanente de guerra y a sobrevivir en condiciones indignas, como ocurre en Gaza, pero también en Sudán y Haití.
Si el gran capital es incapaz de poner a disposición de todos los medios existentes, los trabajadores tienen la capacidad de hacerlo, y les interesa hacerlo. Pueden arrebatar el poder económico a la burguesía acabando con la propiedad privada de las grandes empresas y conquistando el poder político.
En 1932, cuando el mundo se sumía en una terrible crisis económica y se acercaba a una nueva guerra mundial, el revolucionario ruso León Trotsky explicaba en una conferencia en Copenhague: «La tarea histórica de nuestro tiempo es sustituir el juego desenfrenado del mercado por un plan razonable, disciplinar las fuerzas productivas, obligarlas a actuar armoniosa y obedientemente al servicio de las necesidades del hombre. Sólo sobre esta nueva base social podrá el hombre enderezar su espalda cansada y convertirse en un ciudadano con pleno poder de pensamiento (...) El socialismo significará el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad».
Esta sigue siendo nuestra visión. Así es como se harán realidad nuestros sueños de un mundo completamente distinto. Retomar la antorcha de la lucha por el socialismo y la lucha por derrocar el capitalismo es lo mejor que podemos desearnos para el año 2025.
Nathalie Arthaud
Editorial de los boletines de empresas del 30 de diciembre de 2024