«Los Juegos Olímpicos deben seguir siendo apolíticos», dicen Macron y sus ministros, que los están politizando ellos mismos. Con la guerra de Ucrania como pretexto, excluyen a Rusia y Bielorrusia de los Juegos Olímpicos, y han prohibido a Rusia participar en Eurovisión.
Israel no sufre el mismo trato. La candidata israelí ha podido competir en Eurovisión, mientras el ejército de su país bombardea la ciudad de Rafah y mata de hambre a la población de Gaza.
Este doble estándar no sólo es repugnante. Es una forma que tienen los dirigentes occidentales de intentar adoctrinarnos: para ellos, haga lo que haga un régimen, es aceptable siempre y cuando sea su aliado.
Mientras tanto, quienes denuncian los crímenes del gobierno israelí en Gaza son acusados de antisemitismo. En Francia, como en Estados Unidos, las autoridades envían a la policía para desalojar a los estudiantes que ocupan sus universidades. Se prohíben reuniones propalestinas, se juzga a militantes por apología del terrorismo, mientras que los neonazis pudieron desfilar por París este fin de semana.
Todo el folclore que rodea a los Juegos Olímpicos está diseñado para anestesiarnos y hacernos olvidar la brutal realidad del mundo dirigido por estos defensores del capitalismo. Macron llegó a pedir una «tregua olímpica».
Pero no hay tregua para las familias que sobreviven en las ruinas de Gaza, sin comida ni agua. No hay tregua para los cientos de miles de soldados rusos y ucranianos muertos, heridos o mutilados para que los capitalistas occidentales puedan arrebatar el control de Ucrania a los oligarcas rusos. No hay tregua para las clases trabajadoras de Haití que sufren el dominio de bandas que prosperan gracias a la pobreza creada por la dominación imperialista.
Y nunca hay tregua para la lucha de clases y la ley del dinero. ¿Se detendrá la explotación de las limpiadoras o los basureros durante las Olimpiadas? ¿Disminuirá la carga de trabajo de los empleados de la RATP? Todo lo contrario. Para todos ellos será aún más duro. El gobierno ya lo ha anticipado permitiendo a las empresas con un aumento de actividad suprimir el descanso semanal y prolongar la jornada laboral.
En cuanto a los gigantes de la construcción, la hostelería y la seguridad, principales ganadores de estos juegos, cobrarán miles de millones de euros sin demora.
¡Los que están en el poder se atreven a hablar de concordia o fraternidad! Pero el sistema capitalista que defienden se basa en la explotación de la fuerza de trabajo, la transformación de todo lo vital en beneficio y la lucha constante por controlar las materias primas y los mercados.
Su sistema genera paro, carestía de la vida y miseria para que las fortunas de la gran burguesía batan récord tras récord. Destruye el clima y el planeta, empujando a millones de personas al exilio. Y provoca guerras en todas partes.
Para defender a toda costa los intereses de sus clases privilegiadas, los dirigentes de las potencias imperialistas y sus vasallos ya están sumiendo a la humanidad en la barbarie. De Ucrania a la República del Congo, pasando por Gaza y Yemen, las masacres, la muerte, las violaciones, las torturas y el hambre son la suerte cotidiana de millones de hombres y mujeres.
Estos dirigentes nos conducen ahora hacia una catástrofe aún peor. Están acumulando un arsenal militar mil veces más poderoso que el de la Segunda Guerra Mundial, incluidas armas nucleares, y se están preparando metódicamente para el próximo conflicto general, contra China o Rusia. Y aprovechan cualquier oportunidad para acostumbrarnos a ello.
No puede haber una sociedad fraternal mientras el mundo esté gobernado por políticos, generales y altos funcionarios dispuestos a destruirlo todo para que los capitalistas a los que sirven puedan incrementar constantemente sus beneficios.
La única moral de los gobernantes es "¡Después de mí, el diluvio!" Como hemos visto con cada crisis, estos irresponsables están dispuestos a echar aceite al fuego si con ello refuerzan sus posiciones y socavan a sus competidores. No hay salida sin arrebatarles el poder, es decir, sin una revolución social.
La única clase capaz de llevar a cabo esa revolución son los trabajadores, que lo producen todo y sobre los que descansa toda la sociedad. El campo obrero debe recuperar la conciencia de que posee una inmensa fuerza colectiva y de que es el más capaz y el más legitimado para dirigir la sociedad.
Debemos afirmarlo el 9 de junio votando por la lista «Lutte ouvrière, el bando de los trabajadores».
Nathalie Arthaud
Editorial de los boletines de empresas del 13 de mayo de 2024