La tregua en Gaza sólo ha durado una semana, el tiempo de intercambiar a 80 de los rehenes israelíes secuestrados por Hamás contra 210 de los miles de prisioneros palestinos encarcelados en Israel.
Tras destruir y ocupar el norte de la Franja, matando a 15.000 personas y echando a 1,7 millón de habitantes, el ejército israelí ahora se lanza hacia el sur. So pretexto de “eliminar a Hamás” y “seguir con la guerra hasta la victoria”, Netanyahu y sus ministros de extrema derecha parecen estar dispuestos a aniquilar Gaza.
Se han lanzado a una huida hacia adelante contra los palestinos que, en Gaza, son aplastados bajo las bombas; en Cisjordania, están sometidos a la arbitrariedad de los colonos israelíes que los echan de sus tierras, ocupan los accesos a los pueblos y hasta a veces los matan. En Jerusalén Oriental, el ejército persigue a quienes abanderan su solidaridad con Gaza. Los barrios árabes están acordonados, los comercios cerrados, muchas casas destruidas.
La violencia y las humillaciones diarias de la ocupación colonial alimentan una rabia legítima. Desde el 7 de octubre, por no haber otra perspectiva política, Hamás parece ser el campeón de la causa palestina. Pero es el ejército israelí el que hace surgir en toda Palestina generaciones de rebeldes, dispuestos a luchar y morir con tal de no sufrir el encierro perpetuo – a falta de otra perspectiva.
Para justificar la masacre que se comete en Gaza, Netanyahu, sus jefes militares y sus padrinos occidentales se llenan la boca con la seguridad de Israel. Sin embargo, la población judía israelí no conocerá la paz ni la seguridad mientras sea cómplice de la opresión de los palestinos. Su juventud gasta sus mejores años bajo el uniforme y se ensucia las manos al participar en la opresión colonial. La extrema derecha y los colonos más extremos pesan cada día más en la vida política y en las libertades.
Desde Macron hasta Biden, los dirigentes de las grandes potencias “lamentan la ruptura de la tregua” y animan a Netanyahu a causar “menos muertes civiles en el sur que en el norte”. ¡Cuánta hipocresía! Sin el respaldo incondicional de los Estados Unidos, sin los cuatro mil millones de dólares anuales de subvención, los dirigentes israelíes no tendrían el ejército más potente de Oriente Medio. No hubieran podido derramar 40.000 toneladas de bombas sobre Gaza en 45 días.
Para controlar una región estratégica con sus riquezas, Francia y Gran Bretaña, luego los Estados Unidos, no han dejado de montar a un pueblo contra otro, dibujar fronteras arbitrarias, implementar regímenes a su conveniencia, derribar mediante guerras sangrientas a los que no eran suficientemente dóciles.
A modo de diversión, los dirigentes estadounidenses hablan de “la solución de dos Estados”. Hace falta mucho cinismo para volver a esta fórmula mientras Gaza se convierte en un campo de ruinas y Cisjordania es fragmentada por las colonias. Llevan 75 años dejando que todos los gobiernos israelíes impidan la formación de un Estado palestino anexionando y colonizando regiones enteras. Hasta la Autoridad Nacional Palestina, creada después de los acuerdos de Oslo, se ha reducido a una fuerza de policía.
Mientras se amontonan los muertos, siguen las negociaciones por saber qué aparato represivo encuadrará a los palestinos. Todos los protagonistas de ese mercadeo, Hamás, Israel, Arabia Saudí, Egipto, Catar, Turquía, Irán, profesan el mayor desprecio hacia la población palestina. Para ellos Gaza sólo es un terreno para incrementar su influencia en Oriente Medio, convertido en un polvorín por las grandes potencias.
Ni los Estados árabes ni Hamás luchan contra el orden imperialista que oprime a los pueblos: sólo quieren hacerse un hueco. No habrá salida para los palestinos mientras los grandes grupos industriales y bancarios impongan su ley de la ganancia a todo el planeta.
Aquí, en Francia, los políticos al servicio de los grandes burgueses, así como los medios, utilizan el conflicto en Palestina para atizar las divisiones entre trabajadores, lo mismo que aprovechan cada asesinato y cada atentado. Tachan de antisemitas a quienes se indignan por la suerte de los palestinos e inventan un choque de civilizaciones.
Es una propaganda repugnante que sólo puede agudizar el odio. Es una trampa en la que no podemos caer, porque dividirnos es una manera de explotarnos más hoy y reclutarnos mañana para los campos de batalla.
Más allá de las fronteras nacionales, los orígenes o la religión, los trabajadores estamos sometidos al mismo sistema capitalista en todas partes, un sistema que nos sume en la barbarie y que tenemos que prepararnos a tumbar.
Nathalie Arthaud
Editorial de los boletines de empresas del 4 de diciembre de 2023