“No vamos a volver a los precios de antes”, admitió el ministro de Economía, Bruno Le Maire, mientras que la inflación oficial se mantiene en el 5% interanual.
El litro de carburante roza los 2 euros, los precios de la alimentación han subido un 20% en dos años. Quienes se han dejado la piel trabajando para comprar su vivienda ven cómo se ha disparado el impuesto de bienes inmuebles. Cada compra en el supermercado, en la gasolinera, cada factura, se convierte en motivos de angustia.
Cada mes, nuevas categorías de trabajadores infrapagados, de desempleados con poca indemnización, de jóvenes sin ingreso o de jubilados con pequeñas pensiones se ven abocados a la pobreza. La voz de alarma del presidente de la asociación Restos du Coeur (una red famosa de comedores sociales) vale más que toda la estadística: en Francia, millones de personas no podrían comer lo suficiente al no ser gracias a las ONG.
La Primera ministra, Borne, y el ministro Le Maire dicen que luchan contra la inflación. La realidad es que sólo saben manejar la porra para obligar a los que cobran el ingreso mínimo (RSA) a trabajar quince horas semanales a cambio de una limosna de 600 euros al mes; pero a los capitalistas se niegan a imponérsele lo que sea.
La propuesta pronto descartada de Elisabeth Borne de permitir la venta a pérdida de carburante ha sido toda una lección. Nada más anunciarse la medida, los patrones de los supermercados la rechazaron bruscamente. Vender a precio de coste para hacerse publicidad, vale; pero vender con pérdidas, ni hablar.
¿Anuncia el gobierno un impuesto sobre las riquísimas empresas de autopistas? En menos de media hora los patrones de Vinci, Eiffage y demás concesionarios privados contestan que le pasarán la factura al automovilista.
O sea que los ministros bien pueden agitarse, son los capitalistas los que deciden, los que fijan los precios en el secreto de sus negocios.
La inflación no es un fenómeno misterioso, sino el fruto de la guerra entre capitalistas por acaparar la mayor parte de ganancia. Los más poderosos, por ejemplo, en las energéticas o el transporte marítimo, han subido los precios. Cualquier acontecimiento, pandemia, guerra, sequía, mueve las relaciones de fuerzas entre ellos y sirve como pretexto para subir precios. En cada etapa, los industriales, las distribuidoras, los especuladores repercuten las subidas y añaden su propio margen. Al final de la cadena, las clases populares se asfixian.
El precio de la gasolina se dispara porque las refinadoras han multiplicado por diez su margen desde 2021. ¡Y el gobierno sigue preguntándose si se trata de beneficios caídos del cielo! En la alimentación, los industriales y los supermercados se acusan los unos a los otros de subir los precios. Pues la verdad es que lo hacen todos, ¡y todos son unos aprovechados!
En el Antiguo Régimen, los reyes creaban impuestos nuevos para mejorar su nivel de vida. Hoy en día, los capitalistas se otorgan enormes márgenes que nosotros pagamos cada día. Esos reyes de los tiempos modernos son unos parásitos y unos irresponsables. Su codicia está estropeando todo el sistema y amenazando hasta sus propios negocios.
Los precios se disparan y los salarios están bloqueados, lo cual reduce el consumo. El alza de los tipos de interés que imponen los bancos centrales encarece los préstamos, y es cada día más imposible comprarse una vivienda o un coche. Pequeñas empresas quiebran porque no pueden renovar el crédito. El sector inmobiliario se hunde en la crisis, y se avecina la recesión.
A los reyes del petróleo y del lujo les da igual. Bien puede venirse abajo la producción, bien pueden millones de trabajadores depender de las ONG para comer, o ser desahuciados, no importa, aquellos parásitos seguirán moviéndose de un lado del planeta a otro con su jet privado, pagándose botellas de 3.000 euros y tragándose a sus competidores a golpe de miles de millones.
Como colmo del cinismo, los industriales franceses se regocijan de ganar en competitividad porque los sueldos han subido más lentamente en Francia que en sus competidores chinos, estadounidenses y alemanes. ¡Queda claro que las ganancias de los capitalistas se realizan robando a la clase trabajadora!
En los Estados Unidos, los trabajadores de la automoción están en huelga por subidas salariales. Allá igual que acá, la única manera de no caer en la pobreza o la decadencia es imponiendo que los salarios recuperen esos 400 o 500 euros perdidos en los últimos años. ¡Todos los sueldos, todas las pensiones y subsidios deben indexarse en tiempo real al alza de los precios!
No se trata de “diálogo social”. Para imponer esas medidas, la única clase útil de la sociedad, que es la que lo produce todo, la clase trabajadora, debe poner en peligro la máquina de ganancias de los capitalistas.
Nathalie Arthaud
Editorial de los boletines de empresas del 2 de octubre de 2023