Un régimen de oligarcas y especuladores

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Textos del semanario Lutte Ouvrière - 9 de marzo de 2022
9 de marzo de 2022

La guerra ha permitido al presidente ucraniano Zelenski agrupar a buena parte de la población en torno a su régimen, que venía perdiendo mucho crédito. Putin, al apostar por la victoria y exaltar el nacionalismo ruso, le está prestando ayuda a su gemelo, el nacionalismo ucraniano. Sin embargo, ninguno de los dos ofrece un desenlace favorable a los trabajadores de ambos países.

Las imágenes de la guerra que nos llegan muestran mujeres, hombres y niños atrapados en ciudades bombardeadas. Edificios destrozados, cadáveres por las calles, heridos que son atendidos con pocos recursos. Barrios sin agua ni comunicaciones, falta de comida… Los ucranianos huyen en pleno pánico. Según ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, éstos ya superan los dos millones. Cada uno puede entender el estupor y el odio que provoca Putin al lanzar sus tropas contra el país y al declarar que seguirá con la guerra hasta alcanzar sus objetivos. Además, en sus discursos, Putin casi le ha negado a Ucrania el derecho a su existencia nacional.

Zelenski posa como jefe de guerra, dice que está dispuesto a todo para ganar “nuestra gran guerra patriótica” y acaba sus intervenciones con “¡Gloria a Ucrania!”, o sea gloria a su propio régimen. Se sirve de la legítima aspiración a defenderse, protegerse, que pueden sentir los ucranianos. Zelenski les impone combatir, cueste lo que cueste. Se ha decretado la movilización general para hombres entre 18 y 60 años, a quienes se prohíbe salir del país. Pero ya pueden darse cuenta los ucranianos de qué es lo que les proponen los campeones de la Ucrania independiente.

Un político desacreditado, salvado por la guerra

El presidente ucraniano, elegido en 2019, ha perdido mucha popularidad en dos años. Se presentó como un hombre nuevo, con un programa de lucha contra la corrupción, y al final no cambió nada para la población. El que fuera llamado durante un tiempo “el Trump de Ucrania” era una figura de la televisión y ante todo un empresario de la tele y el espectáculo. Lo propulsaron oligarcas como Rinat Akhmetov, el hombre más rico del país y símbolo de la corrupción sistémica, e Igor Kolomoiski, el propietario del canal de televisión en el que se veía la serie que hizo famoso a Zelenski.

Detrás de Zelenski están los oligarcas y burócratas ucranianos, procedentes de la ex URSS, tal y como sus equivalentes rusos – o sea todo un aparato político, judicial, militar y policial notoriamente corrupto. Ellos acapararon las riquezas del país mientras lo trabajadores se hundían en la miseria. A raíz del empobrecimiento y la degradación de las condiciones de vida, millones de ucranianos emigraron, y cada año otros miles se van a trabajar varios meses en los países vecinos. Ucrania lleva años viviendo con perfusión. Por un lado, mantiene relaciones desiguales con Rusia por herencia de su pasado común, y por otro tiene relaciones no menos desiguales con los Estados imperialistas occidentales.

El pueblo ucraniano lleva pues mucho tiempo desconfiando de sus dirigentes, y experimenta asco ante los gobiernos sucesivos, todos corruptos, tanto los prorrusos como los pro Occidente. Aun cuando la crisis de 2014, con la represión del Maidán, la pérdida de Crimea y la guerra del Donbás, el nacionalismo exaltado de los políticos llegados al poder no arraigó entre la población. En 2020, el nombre de Zelenski apareció en los papeles de Pandora, y se supo que había comprado una residencia de 3,8 millones de euros en Toscana, así como edificios de lujo en Londres mediante empresas offshore; una mujer declaró por ejemplo en la prensa: “Este escándalo no trae nada nuevo, desde la independencia todos los dirigentes han tenido casos de corrupción. Pero eso indigna a mucha gente que ve cómo su pensión o su salario nunca sube, a diferencia de los precios, el IVA o la luz”.

La guerra refuerza la ultraderecha nacionalista

Por aquel entonces, el nacionalismo antirruso de la ultraderecha ucraniana, organizada entre otros en el regimiento Azov y el partido Pravy Sektor, no caló entre la población en la medida en la que lo deseaban esos grupos. Sin embargo, éstos se encuentran ahora en la dirección de varias “milicias de autodefensa” contra la invasión rusa. Hay vídeos donde se los ve obligar a jóvenes a que se alisten, tachar de traidores a quienes quieran escapar del combate, y enarbolar además sus símbolos neonazis. Se ha impuesto un ambiente policíaco con la búsqueda de sospechosos de espionaje por cuenta de Rusia.

Al final, ha sido Putin el que ha permitido a los gobernantes ucranianos unir a su pueblo detrás de su propaganda nacionalista – al menos por un tiempo. Si se alarga la guerra, al pueblo ucraniano no le protegerá Zelenski ni sus posibles aliados frente a las consecuencias, y no hablemos del riesgo de que se extienda el conflicto. De esta guerra no puede salir nada bueno y duradero. Mientras las relaciones entre ambos Estados estén gobernadas por la rivalidad y la dominación, la guerra seguirá siendo ineludible. Para acabar con las guerras fratricidas, hace falta tumbar el sistema económico enloquecido que domina el mundo.

La vía del internacionalismo y la lucha de clase

Cabe esperar que, en Ucrania, al igual que en Rusia, surjan militantes del movimiento obrero que recuperen el internacionalismo y se alcen contra la guerra, haciéndolo en nombre de los trabajadores y defendiendo sus intereses de clase, que son idénticos más allá de las fronteras.

Sólo los trabajadores pueden hacer oír una voz distinta: contra el nacionalismo de los privilegiados, que defienden sus intereses jugando con la vida de su pueblo; contra el robo de la riqueza por los oligarcas; por el derecho de autodeterminación de los pueblos y el derecho a crear entre ellos relaciones de cooperación fraternal.