Que un país pierda más de una cuarta parte de su población en 30 años no es común. Sin embargo, según datos recientes proporcionados por el Gobierno de Ucrania, esto es lo que sucede.
El país cuenta actualmente con 37,3 millones de habitantes, es decir, 15 millones menos que en 1991, cuando estalló la Unión Soviética, cuando anuncios que pretendían ser tranquilizadores proclamaban: «¡No, no estás solo, somos 52 millones! »
La cifra actual no incluye a los 2 millones de habitantes de Crimea ni a los 3 millones de habitantes de Donbass, que están fuera del control de Kiev desde 2014. Sin embargo, incluso sin ellos, se observa que la población ucraniana se ha hundido. Esto se debe al violento descenso de su nivel de vida como resultado de la desaparición de la Unión Soviética y del saqueo del país por los burócratas mafiosos, seguido de un desempleo masivo, ya que la industria fue devastada y millones de ucranios emigraron para sobrevivir. Esto ha beneficiado a Polonia y Rusia, pero también a Europa occidental, donde muchos se han asentado. En cuanto a los adultos que permanecen en el lugar, el futuro les parece tan poco seguro que tienen pocos hijos. Hasta el punto de que ni siquiera esta asegurada la renovación generacional, mientras que la tasa de mortalidad ha aumentado con la desaparición de la medicina gratuita y con la pobreza que afecta a más de una cuarta parte de la población.
Zelensky, el presidente ucraniano, lo reconoció a principios de marzo al presentar su nuevo gobierno. En esa ocasión, declaró que casi diez millones de ucranianos vivían por debajo del umbral oficial de pobreza, ya de por sí miserable, dando a entender que en el Gobierno nombrado por él mismo hace seis meses, y que acaba de destituir casi en su totalidad, recaía la responsabilidad, como la del marasmo económico y la corrupción que gangrena el aparato estatal, que la población paga a un precio muy alto. Porque Zelensky fue elegido a mediados de 2019 como alguien nuevo y honesto que iba a «romper el sistema», y no ha sido así. Lo único que ha cambiado es el rostro del presidente… y su popularidad. Se derrumbó en nueve meses. Y es poco probable que se recupere, ya que la situación de las clases trabajadoras sigue deteriorándose tanto en la ciudad como en el campo.
En efecto, apenas elegido, Zelensky decidió suprimir lo poco que quedaba de protección de los trabajadores en el Estatuto de los trabajadores heredado de la época soviética, lo que provocó protestas, huelgas y manifestaciones. También ha aprobado una ley– reclamada a gritos por las grandes potencias de Europa y de América del Norte, que autoriza la venta de la tierra a los extranjeros. Esto concierne en primer lugar a las muy fértiles «tierras negras», donde las sociedades cerealistas occidentales, que por el momento sólo son arrendatarias de la tierra, tendrán ahora las manos más libres para sobreexplotar la mano de obra agrícola local y para «racionalizar» los cultivos, en claro: para eliminar puestos de trabajo.
Las mismas causas sociales producen los mismos efectos, Moldavia, una pequeña república soviética situada al suroeste de Ucrania, ha perdido casi la mitad de su población en 30 años. Este fenómeno afecta también a Bulgaria, Rumania, los países bálticos e incluso a Rusia, cuya población ha disminuido considerablemente desde 1991, a pesar de la afluencia de millones de rusoparlantes que vivían en otras partes de la URSS y de un gran número de migrantes originarios de la antigua URSS.
Según las proyecciones de las Naciones Unidas, los diez países del mundo que más personas perderán para 2030 están todos situados en el este y el centro de Europa. Es una de las muchas maneras en que pagan por la desaparición de la URSS y, en su mayor parte, por su retorno al dominio del imperialismo – ¡lo que hace treinta años los defensores del capitalismo presentaban a estos pueblos como la promesa de un futuro brillante!