"La propia burguesía no ve ninguna salida" a la crisis de su economía, comentaba Trotsky en 1938, en el Programa de Transición: "Todos los partidos tradicionales del capital se encuentran en un estado de desconcierto que a veces roza la parálisis de la voluntad." La época en que se redactó el Programa de Transición fue la de la última gran crisis, iniciada en 1929, y cuyos efectos Trotsky describió así: "Las crisis cíclicas en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista abruman a las masas con privaciones y sufrimientos cada vez mayores. El crecimiento del desempleo, a su vez, profundiza una crisis financiera del Estado y socava los sistemas monetarios sacudidos".
Trotsky no era ni adivino ni tarotista para predecir lo que ocurriría ocho décadas después de su muerte.
Es el capitalismo decadente el que ha aguantado y el que ahora tartamudea.
Sabemos cómo terminó la crisis de 1929: con la Segunda Guerra Mundial, con sus 25 millones de muertos en los campos de batalla, 50 millones contando los civiles que murieron bajo las bombas, por las privaciones, el hambre, o exterminados.
Las burguesías, incluidas las de los mayores países imperialistas, eran tan impotentes, tan ciegas entonces, tan desconcertadas ante la crisis de su propio sistema como lo son hoy.
"Viva la energía nuclear, cierren las minas de carbón", dijeron durante años, antes de reabrirlas a toda prisa.
"Viva la globalización", repitieron durante años. "Tengamos cuidado con los excesos en aras del beneficio", explican hoy.
En su foro, los banqueros centrales del mundo imperialista -que son en cierto modo las cabezas pensantes de la gran burguesía- aplaudieron, hace un año, al principal de ellos, el presidente de la Fed (Reserva Federal de EEUU), Jerome Powell. En aquella época, consideraba que la inflación era un fenómeno temporal y abogaba por mantener los tipos de interés lo más bajos posible, poniendo a disposición de las grandes empresas créditos baratos o incluso gratuitos.
En la reunión de los mismos banqueros centrales a finales de agosto de este año, el mismo Powell, todavía presidente de la Fed, fue aplaudido por proponer una postura firme en cuanto a la subida de los tipos de interés del banco central. El titular de Les Echos del 29 de agosto decía: "Unión sagrada de los bancos centrales contra la inflación".
El único ámbito en el que no hay "parálisis de la voluntad" es el reparto de dividendos, que ha batido todos los récords este año.
Tampoco se paraliza la voluntad de atacar las condiciones de existencia de las masas explotadas, empezando por el paro, la generalización de la precariedad y la destrucción insidiosa o brutal de todo lo que concierne a los explotados en los servicios públicos.
Al comentar la "incierta vuelta al trabajo" de Macron, Le Monde recoge las reflexiones críticas de algunos miembros del entorno de Macron, que le reprochan una "falta de proyecciones estratégicas" o que están molestos "por un poder que se tambalea".
El error sería considerar que el reproche se debe únicamente a la persona de Macron o al debilitamiento de la posición del Presidente de la República, que fue privado de la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional por las elecciones legislativas.
La figura de Macron tiene poca importancia. Se está "tambaleando", como se tambalean sus colegas en Alemania, el Reino Unido, Italia y otros lugares, cada uno a su manera. Es toda la clase burguesa la que se tambalea, la que no tiene absolutamente ningún control sobre nada, pero sigue con el mismo rumbo: "Mientras haya beneficios, no importa". Es "tras nosotros, el diluvio"; o más bien el “ciego con una pistola" (Chester Himes).
La misma ceguera prevalece en el ámbito de las relaciones imperialistas. Aquí también podemos remitirnos a la imagen de Trotsky de su época: "Bajo la creciente presión de la decadencia capitalista, los antagonismos imperialistas han alcanzado el límite más allá del cual los diversos conflictos y explosiones sangrientas (Etiopía, España, el Lejano Oriente, Europa, Europa Central) deben fundirse infaliblemente en un incendio mundial."
En la actualidad, la guerra que concentra toda la atención es la que enfrenta a Rusia y Ucrania, apoyada por el campo de las potencias imperialistas. La propia guerra, las sanciones y contra-sanciones que provoca, la búsqueda febril de alianzas, la carrera armamentística, dan testimonio de la misma carrera ciega hacia el caos.
La burguesía imperialista muestra la misma incapacidad para controlar las guerras que ha buscado y ha ayudado a provocar.
Fue Putin quien tomó la iniciativa de invadir Ucrania, pero es el imperialismo estadounidense el que alimenta la guerra y la prolonga. Está claro que sus dirigentes consideran que les conviene mantenerlo. El imperialismo estadounidense ya ha ganado con la resurrección y el fortalecimiento de la OTAN, que Macron calificó recientemente como "en estado de emergencia".
7 de septiembre de 2022