La corrupción, y no es de ahora, se ha instalado en casi todas las esferas de la vida pública y política, desde el futbol con Rubiales y sus “mordidas”, hasta la Sanidad pública con la pareja de Ayuso o aquí en Andalucía con el número dos en Salud por los contratos otorgados a dedo a la empresa que ahora le ha fichado, Asisa. Días atrás, el “tufo” venía de la mano del ex ministro de Transportes, ex diputado socialista y ahora en el Grupo Mixto, José Luis Ábalos y el caso “Koldo”, con la compra de mascarillas realizadas en pandemia.
Para rizar más el rizo, todos estos casos de corrupción han saltado recién lo acontecido con Alberto Garzón, ex coordinador de Izquierda Unida y ex ministro de Consumo en el “gobierno de progreso”, que tras haber pasado casi toda su vida política denunciando las puertas giratorias de los políticos, ha hecho lo propio queriendo entrar en una consultoría de altos vuelos, por la puerta grande.
Muchas personas se desaniman, cuándo la propia izquierda, los partidos tradicionales, caen en estos casos, ya sea directamente de corrupción, o tráfico de influencias. Sin embargo desde que el capitalismo se ha instaurado en la vida y en las sociedades, los escándalos se han sucedido porque todo se compra y se vende, incluso el voto, toda la sociedad gira en torno al beneficio. Por ello la mente de los políticos se adapta a los intereses de la burguesía, a la lógica del negocio; los casos de corrupción, cuándo estallan, nos dejan ver al menos en una pequeña parte, las relaciones que los políticos de turno establecen con el estado y las clases pudientes, con el mundo empresarial y los bancos.
Este y otros casos dejan ver que hay un problema de fondo, que no es otro que un sistema -el capitalista- que es corrupto y corrompe, que todo lo vende y todo lo compra, incluso a las personas para beneficio de unos pocos.
Sin embargo, el movimiento obrero hace mucho que dio con la forma de controlar estos temas y lo puso en práctica en el considerado primer estado obrero, la Comuna de París, en 1871, dónde sus representantes eran responsables y revocables en todo momento. Lo mismo se decretó para todo funcionario de las distintas Administraciones y cargos públicos, que debían ser desempeñados con salarios normales de obreros.
Con todo, también hay que decir que más allá de los casos de corrupción, que hay que condenar fehacientemente, la verdadera corrupción estriba en el propio funcionamiento del sistema capitalista, el verdadero escándalo es la búsqueda del beneficio a toda costa y por el cual se ha establecido la ley del más fuerte, más propia de otras épocas. Por esta ley salvaje no solo se dan los casos de corrupción, sino lo que es aún peor, se dan las guerras y el aplastamiento de pueblos enteros, de forma que no solo vivimos bajo un sistema corrupto sino que el capitalismo es también el reino de la barbarie.