En estas últimas semanas se ha hablado mucho de Venezuela, a resulta de que el líder de la derecha, Guaidó, se haya autoproclamado una especie de presidente “interino” que –dice- querer convocar nuevas elecciones. Guaidó tiene el respaldo de EEUU y también de muchos otros países europeos, entre ellos España, pero también muchos otros países en contra que afirman ha dado un golpe de Estado.
La situación de la población en Venezuela es muy dura: faltan alimentos, la pobreza campea a sus anchas… Muchos medios culpan de tal situación al bloqueo del imperialismo norteamericano y sus sanciones, que nunca ha cesado en su empeño de estrangular a un régimen que no le es afín; y tienen razón, aunque olvidan señalar que el régimen de Maduro también tiene su parte de responsabilidad pues no ha sabido dar solución a la pobreza a pesar de que Venezuela es el octavo país del mundo con mayor cantidad de reservas de gas; el primero en petróleo; rico en oro; con hierro, diamantes y coltán.
Pero Maduro, a pesar de todo su lenguaje “revolucionario” ha respetado la “sagrada” propiedad privada: el 98,5% de las empresas constituidas en Venezuela son privadas; 0,5% son mixtas y 1% completamente públicas.
Ni Maduro ha sabido dar respuesta a los problemas en Venezuela, ni por supuesto Trump y compañía tienen el más mínimo interés en el pueblo venezolano, ni en la democracia: para ellos esta consiste en despojar de sus recursos a los pueblos y repartir las migajas. Las clases trabajadoras y populares no pueden vivir de palabras ni de las ilusiones politiqueras de Maduro. La tozuda realidad del capitalismo muestra que el poder está en la propiedad de los medios de producción, distribución y crédito y es su expropiación por la clase trabajadora y la destrucción el aparato estatal de la burguesía, la única solución.