La posibilidad de que el gobierno apruebe un indulto para los políticos catalanes presos por el “Procés”, ha vuelto a encender la campaña nacionalista españolista por parte de PP, Vox y lo que queda de Ciudadanos, ocupando gran parte del tiempo en informativos y medios de comunicación. El “trifachito” va a convocar en contra de tales indultos, si se llegaran a dar, manifestaciones, recursos ante la justicia, mociones en Ayuntamientos y Comunidades autónomas, recogidas de firmas… ¡Ya están preparando la próxima manifestación en la plaza de Colón! Esta estrategia no es nueva; utilizada por Rajoy contra del Estatut catalán llevó al PP a casi desaparecer en Cataluña, pero ganó votos en el resto del país y casi puede decirse que oxigenó al movimiento independentista, haciéndoles crecer.
Con este españolismo nacionalista enrabietado pretenden desviar el problema real: el conflicto político con una parte importante del pueblo catalán que quiere la independencia. Y esto no puede resolverse con represión y cárceles, sino con libertad –real y no la de Ayuso- y negociación política. Además de desviar la atención de los problemas reales que sufren las clases trabajadoras, el paro, la precariedad, los despidos…
Pedro Sánchez dice que estos indultos son necesarios para la concordia, para reestablecer la convivencia en Cataluña, pero más allá de las palabras, está claro que tiene que hacer algún gesto para consolidar el apoyo recibido por parte de ERC y ganarse a una parte de JxCat, cara a la legislatura venidera dentro de dos años, si no hay un adelanto electoral. Aunque esta estrategia de Sánchez le está enfrentando a algunos de los “viejos pesos” socialistas, como Felipe González, está claro que en los próximos meses vamos a tener de nuevo “Procés” hasta en la sopa.
Es evidente que nadie debe ir a prisión por defender la independencia u otra organización del Estado español y convocar un referéndum de forma pacífica Sólo la derecha se rasga por ello las vestiduras y no reconoce que cada pueblo o región tiene derecho a establecer sus reglas de juego y su forma de organizarse políticamente. De nuevo, no hay que caer en ese “odio hacia el catalán” comprendiendo que estos procesos vienen de largo y tienen una gran carga ideológica; a todos nos une el hecho de ser trabajadores, de un lugar u otro, con intereses comunes que son los que hay que esgrimir.
Como no es menos cierto que para nada el nacionalismo es una política que vaya en el sentido de los intereses de la clase obrera en su conjunto. El nacionalismo, sea español, andaluz o catalán, no conllevaría un avance para salir de la crisis en la que estamos inmersos; más bien constituiría una trampa. Además, el camino es justo el contrario: todos los recortes de los servicios públicos –por cierto, en Cataluña iniciados y apoyados por muchos de los hoy soberanistas-, el paro, los desahucios, los ERE y ERTE requieren de la unión de todos los trabajadores, de aquí y de allí en lucha contra esas medidas.
El problema, tanto en Cataluña como en el resto del Estado, se llama capitalismo y solo será resuelto cuando tomemos conciencia todos los trabajadores, de todas partes, de que hacemos funcionar la sociedad en todas sus vertientes, y por tanto los trabajadores son los únicos soberanos.