La crisis es “una de las mayores conmociones económicas de la historia”; según el director general de Airbus; “la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial”; según el Ministro de Economía, que advirtió a principios de abril que “será violenta, global y duradera”.
Detrás de la dramatización deliberada de un dirigente patronal y de un ministro que hacen campaña para preparar a los trabajadores para sacrificios masivos y recortes de puestos de trabajo, los indicadores económicos publicados apuntan todos en la misma dirección. La disminución del PIB, que refleja más o menos la riqueza creada en el país, sería del orden del 8% para Francia en 2020, frente al 2,6% en 2009 tras la última gran crisis financiera. Se espera que la caída sea del 6,3% para Alemania.
Sin embargo, la economía no ha sufrido una guerra mundial que haya destruido la capacidad de producción de docenas de países como en la década de 1940. No ha sufrido una caída brutal del mercado de valores como el Jueves Negro de 1929, que desencadenó la quiebra de empresas y luego el cierre de secciones enteras de la producción. Esta economía se ha detenido voluntariamente para hacer frente a la pandemia. En un sistema económico que estuviera verdaderamente dominado y controlado por la sociedad, la producción y el comercio deberían poder reiniciarse de manera ordenada después de un paro voluntario de dos o tres meses. Los bienes y capitales acumulados durante los años de crecimiento deberían permitir para mantenerse varios meses sin la producción de lo que no es esencial para la vida cotidiana.
Pero la economía capitalista es todo menos racional y controlada. El capital está concentrado en las manos de una minoría de capitalistas privados que poseen todos los medios de producción, transporte y distribución. Compitiendo entre sí, cada uno buscando los proveedores más baratos, los costos de producción más bajos, la mayor cantidad de clientes, están usando la crisis para superar o eliminar a sus competidores. Empresas como Amazon saldrán fortalecidas de la crisis y otras como Easyjet o Ryanair se arriesgan a desaparecer. Airbus y Boeing ya están librando una guerra despiadada, con la piel de los trabajadores, para dominar el mercado aeroespacial cuando pueda reanudarse.
Además, el coronavirus ha golpeado a una economía financiera ya enferma. Durante varios años, los economistas habían estado esperando la chispa que causara otro derrumbe financiero e hiciese bajar los precios de las acciones sobrevaloradas. El shock ha venido con este pequeño virus. Como todas las convulsiones, esta servirá como una purga. Como escribió el periódico Les Échos: “Covid-19 pondrá fin a la actividad de las empresas no rentables e improductivas”. Añadió “será una masacre para el empleo”. La masacre ya ha comenzado.
Evidentemente, no es para salvar los puestos de trabajo y el poder adquisitivo de las clases trabajadoras, ni para ayudar a los pequeños comerciantes o autónomos arruinados, que los Estados intervendrán sin límite, sino para apoyar a su burguesía contra sus competidores. Los trabajadores de todo el mundo pagarán con el desempleo, la inflación, el aumento de la explotación, a menos que se hagan cargo de la gestión de la sociedad.
Traducción de Lutte Ouvrière