España no ha cumplido con el objetivo de reducción de la pobreza y exclusión social al que se había comprometido con Europa. De hecho, según la fuente que se consulte, ni siquiera ha hecho bien los deberes pues estaría situada entre el cuarto o el quinto país con peor evolución desde el 2008. Según el propio INE (instituto Nacional de Estadística) la pobreza ha aumentado en España al 26,4%, pero aumenta a un 36% en aquella parte de la población con bajo nivel educativo, y se sigue elevando si se tienen hijos a cargo. Suma y sigue.
En resumen, el 49,3% de la población española tiene alguna clase de dificultad para llegar a fin de mes, lo que supone que casi la mitad de su población vive al límite de sus posibilidades. Ponderando distintos tipos de situaciones, se puede decir que unos 12 millones de personas viven en España en la cuerda floja. El Banco de Alimentos de Madrid a fecha de hoy sigue atendiendo a 190.000 personas diariamente.
Al inicio de la pandemia 4,5 millones de personas ya vivían en situación de pobreza severa, lo que suponía un millón de personas más que en 2008. Se estima hoy que en esta situación se encuentran 6 millones, es decir, a niveles similares a 2007. Parece ser que de cada 10 hogares analizados sólo 4 no presentan ningún tipo de indicador de exclusión.
De la mano de cada informe que habla de la pobreza en España, vivienda y empleo son dos variables fundamentales; sin ellas se cae en la espiral que a cualquier trabajador le puede hacer caer en la exclusión. Pero ¡ojo! Los distintos informes también nos hablan, y esto es aterrador, de cómo conseguir un trabajo atenúa las posibilidades de caer en la exclusión y la pobreza, pero no elimina la posibilidad de encontrarse en situación de vulnerabilidad. ¡Dato tremendo! Como lo indican ya muchos estudios, incluso del ámbito universitario, y se ve en la realidad cotidiana, tener trabajo hoy no significa poder pagar una vivienda, comer y cubrir las necesidades básicas de la vida. El salario, con gran frecuencia por debajo del salario mínimo, de las empleadas domésticas es solo un ejemplo de ello. La temporalidad y precariedad hacen el resto en muchos otros sectores y ámbitos laborales. Por ejemplo, en Correos, se estima que la temporalidad es superior al 35%, lo que impide tener un proyecto de vida.
Si antes, el comenzar a trabajar era la puerta de entrada a una posterior independencia, una “entrada” a la sociedad adulta normalizada, en la actualidad muchos empleos no son más que “complementos” al sueldo de la pareja, sin dotar a la persona de los derechos y protección para llevar una vida “normalizada” en la sociedad, sin depender de nadie. El “marcador” o índice con el que hoy día se estudia a estos trabajadores en activo, los “nuevos pobres”, es precisamente su situación de inestabilidad laboral, considerándose grave los casos de aquellos trabajadores que en el último año ha tenido más de tres contratos, ha trabajado en más de tres empresas o ha estado más de tres meses desempleada. ¡Demasiados!
¡Esta situación de vulnerabilidad se puede revertir! ¡Acabar con la precariedad y luchar por la dignidad laboral pasa por la prohibición de los despidos en cualquiera de sus modalidades!