Los resultados de las elecciones generales, las cuartas en cuatro años, se han producido en un clima de desánimo y apatía en parte de la población trabajadora y de izquierdas que se ha expresado en un aumento de la abstención en casi el 6% respecto a las anteriores. Las maniobras electoralistas de Pedro Sánchez han propiciado lo que las encuestas vaticinaban: esta vez, se han cumplido con el descalabro de Ciudadanos perdiendo 47 escaños y el ascenso fulgurante de Vox con 52 diputados ganando 28; por su parte los socialistas salen de nuevo ganadores con 120, 3 menos, sin conseguir mayoría para formar gobierno, estancándose, mientras PP sube 22 a costa de Ciudadanos. Unidas Podemos pierde 7 y el nuevo partido de Errejón conseguiría 3; la CUP conseguiría 2 y los nacionalistas en general han subido.
Pedro Sánchez al convocar elecciones extraordinarias y maniobrar con el procés, en vez de reforzarse se ha debilitado y sacado de la caverna a la extrema derecha. Por simpática que haya sido la escena de sacar a Franco del mausoleo y ver el enfado de sus familiares, no hay que dejar de reconocer que ha sido un cálculo electoralista de Sánchez. Pedro Sánchez ha buscado no solo movilizar al votante de izquierdas desencantado, también a todos los desilusionados de Ciudadanos, y ha remado a izquierda y derecha cambiando casi a diario y hablando por doquier de concordia y de gobernar para todos y ha conseguido todo lo contrario. Ahora para gobernar necesitará no sólo el voto de los partidos de Pablo Iglesias y de Errejón, si pretende un gobierno “progresista”, sino también a los nacionalistas. De todas formas, será, si se produce, un gobierno inestable y más con la extrema derecha fuerte y la crisis económica que viene.
Más allá de los cálculos y maniobras electorales, más allá de los resultados, los trabajadores y la población de izquierda en general deben poner su mirada un paso más allá de los resultados porque el único pronóstico que se va a cumplir es que las pensiones se tendrán que seguir defendiendo, y seguir luchando para aumentar los salarios, crear empleo público y eliminar los recortes y despidos. Ningún gobierno de “progreso” podrá garantizar solucionar estos problemas porque el dinero y el poder económico están en manos de la gran burguesía financiera e industrial. Y eso ha sido la realidad hasta ahora. Eliminar las reformas laborales y mantener el nivel de vida y las empresas públicas necesitará de una presión y movilización masiva.
Gobierne quien gobierne los derechos hay que defenderlos contra la crisis que se avecina. Hayamos votado en estas elecciones por descarte o por parar a la extrema derecha e impedir su avance, tenemos que comprender que más temprano que tarde se hace imprescindible la creación de un verdadero partido de los trabajadores dónde prevalezca la lucha por los derechos laborales, dónde se luche por parar los despidos y EREs, dónde no se consideren normales los enormes beneficios empresariales y la subsiguiente contaminación del planeta, etc. Un partido así está por crear, pero es indispensable, un verdadero partido comunista revolucionario que denuncie la tiranía del capital, la gran patronal y sus mercados.
Este partido deberá retomar las enseñanzas del mundo del trabajo, la historia colectiva de todos los que han luchado antes y gracias a los cuales gozamos hoy día de muchos derechos antes inexistentes; hace falta un partido que eleve la conciencia de la clase trabajadora en su conjunto, que haga ver que son en realidad los trabajadores, los asalariados –en un sentido amplio- los que mueven y hacen funcionar la sociedad, que haga que se vuelva a tomar conciencia de que cuándo la clase obrera para… ¡se para el mundo!